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sábado, 8 de abril de 2017

"Los días raros" de Ovidio Parades.


"Los tiempos lo están transformando todo y quién sabe qué ocurrirá con las librerías. Con todas, en general. Pero también sé que las horas más felices de la vida de ese hombre que esta embalando libros a escasos metros de mí han transcurrido en este sitio. Hay espejos en los que a uno no le cuesta reconocerse. Hay cierta serenidad que no se cambia por ningún otro paraíso de este mundo."
Ovidio Parades en "Los días raros"

                                                                               Salcedo, 8 de abril de 2017

Hace un minuto Luisa me ha dicho que estoy lo más cerca posible que se puede estar de la gloria. En mi montaña mágica, en el valle encantado. Una copa de vino, un engañoso día de verano, con una temperatura excepcionalmente alta para el tiempo en que estamos, con la evidencia de que "los tiempos lo están transformando todo", mientras  mi padre siega en un intento, a veces pienso que inútil, de mantener la finca lo más limpia posible.
Empiezo a leer "Los días raros" de Ovidio Parades. Me deslizo en silencio, solo roto por la música que fabrican estos pájaros locos, por las primeras hojas de la obra más personal e íntima de este autor ovetense. Un diario que ha escrito en el tiempo que va desde enero a junio de 2016 y que finalizó mucho antes de que el año pasado todavía le sorprendiera con más dolor. En él, el autor va desgranando sus pensamientos, sus sensaciones, sus vivencias en medio de la gris cotidianidad de esta ciudad provinciana, madrastra nuestra tantas veces, que nos cobija sin darnos resuello apenas, ni darnos un instante de paz. Una ciudad que no es ni la sombra de lo que fue, si alguna vez fue algo. Una ciudad hoy secuestrada por la crisis. 
Empieza el diario Ovidio yendo a buscar a su madre, lo acaba igual. Confiesa que lo escribe para que ella lo lea. Al autor le encanta la figura de la madre como personaje en la literatura. De cada página se desprende el amor por la suya con la atención de un hijo entregado. Parece que este diario en el que recrea tantas veces la relación con su madre sea un homenaje a ella ahora que aún tienen tantas cosas que disfrutar juntos a  pesar de la enfermedad, a pesar del transcurso del tiempo. Su madre con la que pasea cada día y de la que intenta contagiarse con su manera positiva de enfrentar las cosas. Su madre apoyada en él y a la vez salvavidas del náufrago. Pero de las páginas de Ovidio se desprende también el amor por el resto de los suyos: su marido, su hermana, su padre, sus abuelos fallecidos y sus amigos.
Algunos días cuando veo los informativos pienso en cómo la gente sensible como este hombre, comprometido con su tiempo, puede vivir en medio del caos que nos rodea y luego a la luz de su obra, también ésta que tengo entre manos, repasando las infinitas las referencias culturales: teatro, literatura, música, cine, viajes... aparece la cultura como auténtica tabla de salvación. Y es la cultura la que nos salva muchas veces, la que nos permite escapar de la mediocridad que nos rodea, evadirnos de todo aquello que no nos gusta, pero que no está en nuestras manos cambiar.
Y es que Parades además de regalarnos su obra, nos enseña a leer, a mirar y ver, a ser críticos. Nos descubre nombres de autoras y autores a los que hay que leer "con premio o sin él, (mejor con premio, claro)", e incluso crítica la política comercial de editores y distribuidores que relegan a la última fila obras fantásticas (menciona expresamente Cosas que ya no existen de Cristina Fernández Cubas a la que casualmente estamos leyendo en los clubes de lectura de la biblioteca Sara Suarez Solís de Pumarín)  "que no se venden como churros en los días de feria".
La prosa de Ovidio es muy ágil trate el tema que trate. El paso del tiempo, la enfermedad de su madre, la muerte de los seres queridos los propios y los ajenos, la traición de quien un día fue la persona más cercana a ti, la ausencia de trabajo y la consiguiente impotencia que esto produce, la enfermedad sin nombre de su gata Francesca, empezar a sentir en uno mismo el paso innegable de los años, el cansancio de y por tantas cosas. Todos aquellos temas que nos abruman. Qué fácil sería dejarse arrastrar por el cauce del río de la vida sin preguntarse ni cuestionarse nada...
El diario está lleno de poesía. Me da igual que describa el chorro de miel que pone en él te o los ojos "rotundos en el azul, deslumbrantes" de su marido Iñigo (doy fe que Iñigo tiene la mirada más limpia que he visto nunca), e incluso cuando recrea algún suceso de las noticias o cuenta lo que siente durante una operación a la que fue sometido (Ovidio, yo en ese mismo caso, pedí escuchar a Los Ronaldos y repase paso por paso mi último viaje a Londres).
Ovidio consigue que lo cotidiano se haga literatura, impregnando sus páginas de un pesimismo vital pues la vida casi nunca nos da lo que queremos. Presenta esta vez su obra más personal sin el temor de exponerse a sus lectores, muchos de ellos hoy sus amigos. Nada nuevo para quienes le admiramos y queremos, solo la poesía pura y dura de sus textos. Tenéis que leerlo.

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