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jueves, 12 de enero de 2017

Todas las patrias.

Cuartel de la Guardia Civil en Pumarín (Oviedo)
Empecé Patria de Fernando Aramburu hace tres noches y creo humildemente que es de esos libros que deben de formar parte de la biblioteca personal de todo aquel que quiera entender la historia de una parte importante del siglo XX de este país. Un país marcado por el terrorismo de ETA. Una sociedad rota por la sinrazón con episodios que no olvidaremos nunca. Me lo recomendó Gemma Torres, gracias Gemma por tantas cosas, por tantos libros. Cada lector escribe la historia que lee, cada lector lee un libro distinto por eso creo que es bueno que os cuente aquí cuál es la mochila que llevo a la hora de encarar esta lectura y con ello queda todo dicho. Escribiré de Patria, pero en días sucesivos cuando su lectura vaya posando en mi memoria y las familias de Bittori y Miren pasen a formar parte de mi colección de personajes, personajes tan reales como lo fueron el frío y el miedo, el terror y el dolor a los que todos fuimos sometidos.


Viví treinta años en Pumarín. Aún hoy cuando pienso en mi barrio pienso en Pumarín. Mi casa (que es y será la casa de mis padres por tantas cosas), mi colegio y mi parroquia, mis recuerdos y mi infancia. Todo está depositado en Pumarín, hasta mi trabajo le debo a este barrio. Allí crecimos a la sombra del Cuartel de la Guardia Civil, situado en medio de la avenida que da nombre a la zona donde antes que otra cosa hubo una pomarada. Cada mañana iba y venía del colegio por las calles paralelas a esta avenida principal, desde las que también se veía el cuartel. Un edificio enorme que ocupaba practicamente toda una manzana. Desde afuera parecía compacto. Una vez dentro, tras pasar una especie de portal, llegabas a algo parecido a un patio andaluz, con ventanas pequeñas y techos altos en los pisos, hogares humildes de los guardias y sus familias. En el centro jugaban los niños, aparcaban los coches, entraba y salía gente. Pasaba la vida de una España que despertaba a una nueva época. Se accedía a él por unas puertas de madera grandes sobre las que estaba izada permanentemente una bandera de España. He pensado estos días que aquellas puertas eran como de cartón piedra, enormes pero terriblemente frágiles. Un solo soplido del lobo del cuento hubiera bastado para echarlas abajo. Una mierda de puertas que sólo ponían en evidencia la vulnerabilidad de aquella casa cuartel en la que vivían tantas de mis compañeras, incluida la que fuera mi mejor amiga, Elena Bermúdez, a la que no he vuelto a ver nunca desde que a su padre le trasladaron deduzco a un destino más cerca de su tierra. Todos aquellos guardias (o la mayoría) eran extremeños, castellanos, andaluces. Estaban fuera de su tierra, de su patria.
Viví en Pumarín durante treinta años.

Mi abuelo Arturo era vasco. Cuando murió en su esquela pusieron el nombre con el que todo el mundo le conocía:

 Arturo García Beascoechea, 
Pepe el Vasco.

Eso traía su esquela.
Era un vasco muy vasco. Alto y de cabeza cuadrada, ojos azules limpios los que heredaron todos sus nietos menos yo y que hubieran heredado también mis hijos, manos y orejas grandes, muy grandes. Si hubiera traído chapela, ésta descansaría sobre sus orejas. No la usaba. Mi abuelo Ludivino, en cambio, sí traía boina. Arturo era vasco también de carácter, un poco reservón y cabezota. Buen padre, de tres hijos, a los que educó en el respeto a sus mayores aunque luego ellos, como todos los hijos, hicieran un poco lo que les daba la gana. La mayor, mi madre, el hijo pequeño, a destiempo, no por ello menos querido. Amigo de la buena mesa, buen cocinero y familiar. Familiar, pero no de la misma forma que lo era la abuela. El era leal y valiente, de fiar y comprometido con los suyos, fueran propios o ajenos. Mi abuelo daba pasos adelante cuando la vida se ponía cuesta arriba y los daba también para otros si estos le necesitaban. Nunca le escuché una mala palabra, ni una voz más alta que otra, si acaso cuando se enfadaba nos dejaba de hablar. Salió de su tierra, dejó su patria y llegó a Asturias siguiendo las vías del tren, digo bien porque mi bisabuelo era ferroviario y de la noche a la mañana a Luis y María desde un pueblo de Bizcaia llamado Zalla cuando eran Vizcaya y Zaya, allá por los años veinte del siglo pasado, los plantaron en Oviedo. A ellos y a sus dos hijos, Luis y Arturo, cuyos cuerpos de niños haciéndose mayores ya prometían a los ojos de las vecinas del barrio donde se instalaron la planta que iban a tener, pero esa es otra historia y si sigo por ahí esto va a fluir a borbotones sin fin.
Soy 1/4 vasca y viví en Pumarín durante treinta años.

Mi padre es policía nacional y digo "es" y no era, porque ser policía imprime carácter. No se es ni mejor ni peor por tener esta profesión (profesión que, por otro lado, mi padre nunca ejerció) y no otra, se es y punto. Recuerdo que cuando yo era adolescente una amiga mía decía que "en una película tu padre sería el personaje al que le han dado el papel equivocado". Funcionario escribíamos siempre en las matrículas del cole y más tarde de la Universidad. Y es verdad, podría haber sido cualquier cosa que se propusiera, pero es policía. Aunque tuvo la suerte de salir a estudiar fuera (se hizo capataz agrónomo en Valladolid) el futuro que le esperaba en Quirós era más de pobreza que de otra cosa y despues de probar suerte en la mina y de comprobar lo complicado que era cobrar el jornal tras arriesgar la vida en un agujero, se presentó a las oposiciones en un tiempo en que los policías eran los grises. Salió de su tierra, dejó su patria y llegó a Oviedo. Gracias a una mujer poco ambiciosa pero bastante sensata que le dijo que no estaba dispuesta a andar de plaza en plaza con la casa y los chiquillos a cuestas, mi padre no hizo carrera en el cuerpo. Su valía personal y profesional lo llevo a la armería del cuartel, protegido de las calles. Llevó muchos bocadillos al calabozo cuando la droga y la delincuencia eran un problema del barrio e implicaban a hijos de conocidos. No he escuchado nunca a nadie hablar mal de él. También es reservón, pero de la manera que lo son los quirosanos que es bastante peor que la forma en que lo son los vascos.
Soy hija de policía, 1/4 vasca y viví en Pumarín durante treinta años.

La historia en su mayor parte está escrita por hombres y mujeres fuera de su patria. En octubre de 2011 ETA anuncia que deja de matar, tiene tras de sí un reguero de sangre y muerte. En mi piso está Benjamín, un chico francés con una beca de la Facultad de Química que vive con nosotras tres meses. También está fuera de su patria. Cuando llega a casa, abrimos una botella de vino. Brindamos por la paz, por la paz en el País Vasco y en España. Brindamos por el futuro, porque se restañen las heridas. Mi abuela morirá mes y medio despues y estoy segura de que lo primero que le dijo a mi abuelo con el que tuvo un matrimonio de cincuenta y cinco años fue que, por fin, los vascos tenían paz.


http://bealadelola.blogspot.com.es/2017/01/acerca-de-patria-de-fernando-aramburu.html







11 comentarios:

  1. Ay, Bea! Más Bea que nunca. "Patria" está en línea de salida y desde luego, que caerá en breve, porque muchos y muchas por estas redes y otras lo han recomendado, pero tú le has puesto alma.😙😙

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  2. Me gusta mucho, Bea... mucho. Un besin

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  3. Que forma mas humana y particularde comtar en primera persona un problema que afectò a esta sociedad durante tantas decadas.
    Me has traido innumerables recuerdos de aquella casa cuartel que durante tantos años rigiò aquel nuestro barrio....gracias por evocàrmelos Bea

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    1. Gracias Vicky por todos los comentarios! es memoria común la que compartimos en esta entrada. Un besín

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  4. Me ha encantado Bea,me has traido recuerdos entrañables de mi infancia en aquel barrio y su casa cuartel,graciassss

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  5. Muchas gracias a ti, Bea, por tu generosidad y por esta entrada de blog. Tan lejos y tan cerca, hablas de Pumarín, nombre que oigo por primera vez y podrías estar hablando de Intxaurrondo, un barrio de la periferia de Donosti. Esas casas-cuartel que estaban tan aisladas, ese padre tuyo, reservón y tan buena persona.
    Tantas cosas en común, tan particular y tan universal, como suele ser la buena literatura.
    Un abrazo.

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    1. El caso es que el Cuartel de Oviedo estaba casi en el centro, es lo que se me hace más raro. Ahora sí está en las afueras (más o menos) pero hasta el 90 estaba en un barrio bastante céntrico de Oviedo, barrio, pero muy cerca del centro. Sacarlo de allí coincidió con la transformación que ha sufrido la ciudad. Hubo muchos cambios en ese final de siglo XX en esta ciudad provinciana, pero eso daría para otra entrada. Ahora me arrepiento de no haber sacado fotos, lástima. Gracias Gemma.

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  6. Hola Bea, soy un antiguo amigo (muuuuy antiguo) que cada tarde pasaba tras ese cuartel también camino del colegio, pero en ruta inversa a la tuya, mi colegio estaba justo frente a tu casa. Mi mejor amigo, y uno de los tuyos, me consta, hasta que un accidente de trafico se lo llevó en el 2002 muy cerca de Simancas, vivía tras la lápida trasera, que coronada con vidrios daba fin a la calle Benjamín Ortiz. Más adelante quedaba cada mañana con él, allí en su portal para subir juntos a la facultad. No consigo superar aún su falta, de hecho por eso deje de ir al barrio y de ver a mucha gente, no podía, aun me cuesta.
    He encontrado este blog buscando fotos de mi antiguo barrio, que aún lo sigue siendo. No sabes como me alegró leerte. Algún dia me encantaría retomar el contacto y tener una charla con Bea.
    Luis V.

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    1. Ayyyy, lo que te quita la vida a veces te lo devuelven por un momento las palabras. Este blog está salpicado de recuerdos de aquel amigo al que aún echamos de menos tantos en Pumarín. Me alegra encontrarte por aquí. Cuándo quieras nos tomamos un café (o dos o tres) y nos ponemos al día. Nunca he escrito del tiempo que compartimos, igual es el momento de hacerlo. Te doy mi email (no es este lugar para tfno) y me escribes cuando quieras... marbealvarez@hotmail.com, un abrazo enorme. Leete una entrada que se titula "Me acuerdo de..." de hace un año también más o menos... y me parece que en "Las madres de los que se fueron" también hay un recuerdo cariñoso a aquel que nos dejó a destiempo, qué putada aceptar que el plan de Dios casi nunca acierta. Un beso Luis.

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