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miércoles, 3 de agosto de 2016

Enamoramientos

Días de verano con cielos de otoño.
Felicidad que se mide en calidad.
Momentos para los sentidos.
Sabor a sal. Olor a mar. Arena en la piel.
Escuchar tu voz en el susurro de las olas rompiendo en la orilla.
Cerrar los ojos y que estés junto a mí.


Playa de Frexulfe (Occidente asturiano)

La primera vez que alguien enamora, lo hace para siempre. No hay nada ni nadie que borre ese primer beso, precisamente porque ser el primero es lo que lo hace único, aunque sea un fraude y te decepcione, no escuches música de violines, ni haya fuegos artificiales (cuánto daño nos ha hecho el amor romántico). Te enamoras de la persona que está en el momento justo en el lugar preciso. Siempre juntos. Tiempo y espacio. Tú y yo. Aquí y ahora. Inventemos algo. Y nos inventamos la historia de amor más bonita y tierna, más fuerte y sólida, creyendo que descubrimos la forma de hacer fuego o la rueda, aunque ya hayan sido inventados hace siglos. Nos enamoramos, llenos de las inseguridades y de las dudas de los adolescentes, pero entendiendo ese amor como lo más grande que nos ha pasado nunca a nosotros y a la humanidad.
Fíjate si es importante esa primera historia. Es bonito, sabe dulce y salado, pasas del frío al calor de los abrazos, sales de tí hacia el otro. Descubres que los sentidos son una infinita combinación de los cinco que te han enseñado en el colegio.
Habitualmente ese primer enamoramiento rompe. No se sustenta sobre base firme. Se asienta sobre el deseo apresurado, la belleza insolente de la juventud, la ilusión por dejar de ser niño e ir hacia la vida o, mejor, hacia lo que crees que es la vida, una vida que nunca es como nos contaron o como nos imaginamos. El compañero de instituto o de Facultad, tu amigo de infancia o el de tu hermano, el vecino de la escalera... Este primer amor idealizado va casi siempre asociado a juego y a aprendizaje, a veranos en el pueblo y romerías, a descubrimiento de cuerpos en revolución que comienzan a experimentar deseos de adulto. En realidad es quebradizo y frágil y rompe aderezado por la indolencia de una o del otro o por la de ambos, por la ausencia de planes, solo presente, porque sigue premisas de inmediatez, rapidez y ausencia de futuro. Todo es presente y el horizonte no representa un límite sino la meta, la libertad y la búsqueda constante de la voz personal. Es así o, al menos, debería serlo. Es bueno y malo. Es todo y, de repente, nada. Cara y cruz. Rara vez llega a buen puerto. 
Las veces siguientes, uno se enamora a cuentagotas y con la convición de que también sea para siempre. Hoy un gesto y mañana una palabra, una conversación interesante y un pedacito de tiempo compartido, el título de un libro y una peli que recuerdas, un lugar favorito o un proyecto en común. Pequeñas o grandes cosas que entre dos cimentan la construcción de una historia que, para que negarlo, siempre creemos que es la definitiva. Como el agua que, poco a poco, va haciendo ceder las paredes de una presa hasta desbordarlas. Despacito, sin prisa pero sin pausa. Una delicada labor como la de envolver un regalo, el más preciado. Una valiente misión como la de habitar una isla desierta y descubrir en ella un tesoro, el más valioso. Explorar una cueva o subir una montaña. La ardua tarea de conquistarte y de dejar que me conquistes. No bajar la guardia y trabajar, trabajar, trabajar por ese enamoramiento que está vez sí será para siempre. Siempre el definitivo es el último. Estas segundas veces, suele ser un enamoramiento a segunda vista. Con la edad no hay posibilidad de que nada ni nadie te impacte. Te han herido, defraudado o lo has hecho tú. Tienes nuevos miedos que no tienen nada que ver con los de antes. Te has vuelto perezosa y descreída. Cuando nadie ni nada es capaz de sacarte de tu espacio de confort, una se enamora de un hombre en un segundo encuentro, a base de miradas limpias que te hacen ver tu mundo de forma más nítida y clara, con roces apenas perceptibles, con complicidad y respiraciones que dan la vida. Y aunque te niegas la sensación que tienes metida en el cuerpo y no puedes sacarte de dentro, aunque pasan los días y las noches y no sabes nada y te parece que la historia no va a ninguna parte, e intentas seguir, avanzar, no pensar en él, un día respiras su aliento y  no puedes negarte, ni negarle más y esta vez seguro que sí es la última. Una vez más estás convencida. Luego encuentras una playa donde las olas rompen con suavidad en la orilla, acariciandola y descubres que cualquier escenario es bueno para vivir un amor, pero que algunos son especiales.
Es bonito enamorarse, es un estado de gracia y disfrutarlo es una obligación. Volveré a enamorarme y será la última, pero esta vez por prohibida e inesperada es la más bonita.
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