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viernes, 6 de noviembre de 2015

Y, al fin, un suave abismo de luz.

Viernes. Semana intensa. Finde prometedor en trabajo y nuevas experiencias. A mi alrededor sólo hay silencio. Escucho lo absoluto del mismo apenas salpicado por los ladridos de Lola que oye cosas imperceptibles para mi oído. De vez en cuando, otro perro le contesta o quizás sea su propio ladrido devuelto por el eco de la montaña. A veces también es el eco el que responde a mis preguntas, aquellas que nunca hago en voz alta, aquellas que solo me hago a mi misma.
Pienso, pienso, pienso... en una mirada que es una religión (lo he escuchado hoy en una canción de Amaya Montero, creo), en unas manos y en unos labios, los suyos, que son una promesa. No entiendo como alguien ha podido calarme tan dentro. Dónde estaban las defensas de la fortaleza? En qué momento baje la guardia?
Pienso en la estrategia del agua que, poco a poco, se cuela por todas las rendijas hasta abrir surcos que se convierten en torrentes que se llevan todo por delante. Igual que el enamoramiento que una vez que llega lo vuelve todo del revés, arrasa con creencias, con principios, haciéndote dudar incluso de los pilares de tu vida. Traicionaría todo aquello que llevo defendiendo tanto tiempo? Trayéndote lo que pensabas que no te iba a volver a pasar y que, sin embargo, vuelve a ocurrir. Y pasa, vaya si pasa. Y tienes otra vez quince o catorce o trece años (no puedo remontarme más atrás porque no fui una niña especialmente precoz) las mariposas pueblan tu estómago y estás en permanente vigilia, sólo que esta vez estás en la mitad de la vida y todo te pilla desprevenida y por sorpresa. En el incipiente comienzo del otoño, la primavera de nuevo. Vendería mi alma al diablo por dos palabras dichas de su boca: "Ven conmigo" o cualquier otra pareja de palabras semejantes.
Pienso en que he sido tantas veces invisible y, lo que es peor, he intentado tantas veces serlo. Sin decidirme a hacer nada, sin moverme para que no me vieran,  sin entrar a jugar en la partida, siempre mirando desde afuera y dejando hacer a otras. Echando de mi lado a los que se acercaban por temor a que se colaran por las minúsculas suturas de mi corazón. Tantos años, tantas veces. Tanto miedo a fracasar. Tanto dejar pasar la vida. 
Y ahora estoy aquí en mi alfombra mágica.  Pienso en lo fácil que sería no abandonarla nunca. Seguir leyendo novelas de autores que probablemente escondan en sus páginas deseos imposibles y planes frustrados, amores prohibidos y amantes robados, los suyos propios. Seguir viviendo vidas ajenas que no son la mía. Vivir de prestado. Seguir negándome oportunidades, besos y abrazos, miradas y sonrisas. Apartarme de ti. Volver a huir de lo que verdaderamente quiero. Dejar de vivir. 
Miro las vigas de madera, recorro con la vista sus nudos, sus imperfecciones, sus vetas. Pienso que la auténtica belleza está en estas pequeñas cosas que hacen mi vida única a pesar de los errores, de las malas elecciones, del ramal de camino que tome confundida y del que por cabezonería no quise volverme. Y al final, reconduzco todo y vuelvo a creer que querer otra vez es posible. En realidad nunca deje de hacerlo.
Gente que llega de repente y a quien la guionista no había previsto. En realidad, la guionista ni siquiera lo había soñado. Gente que desplaza a los otros personajes para ocupar el primer plano, para ser protagonista y no secundario. Cuando menos te lo esperas, sin buscarlo, allí estaba él para cambiarme la vida. Parados los dos en la misma parada, tomamos juntos el último autobús sin destino cierto, pero juntos al fin. La vida que nos ofrece siempre, siempre nuevas oportunidades para seguir.

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