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sábado, 31 de octubre de 2015

1 de noviembre


Cementerio del Salvador, Oviedo
Mi abuela y sus hermanas seguían su particular tradición de Todos los Santos. Unos días antes subían al Fontán a buscar flores. Claveles rosas y bailarinas eran su objetivo para adornar sus tumbas, porque ya estaban adornando las tumbas donde descansarían ellas. Las bailarinas son esas pequeñas flores que en realidad reciben el nombre de paniculata. No sé si mi abuela no supo o no quiso aprender el verdadero nombre de las mismas, solo sé que la imagen de las diminutas florecinas blancas bailando en torno a los claveles es muy literaria. Y así las veía ella como pequeñas frágiles bailarinas sustentadas en el aire por invisibles hilos vegetales.
Iban unos días antes porque las flores disparaban sus precios. Y luego cargadas con su preciado tesoro acudían a honrar a sus muertos. Los padres de mi abuelo también entraban en el lote. Estaban y están, si no se han fugado, en una tumba preciosa cerca de la verja de la entrada principal del cementerio viejo de Oviedo. Estuvo el solo allí junto a su mujer María, ejerciendo su dominio sobre este territorio hasta que fue mi abuelo a acompañarlos. Dos hombres nacidos vascos pero asturianos de adopción que desde hace cinco años gozan de la compañía de una de las mujeres más teatrales que yo he conocido, mi abuela Elena.
Pero siguiendo con la tradición familiar, subían al cementerio, pertrechadas con los bártulos precisos en el autobús o caminando, limpiaban y pintaban la sepultura, colocaban las flores y se dirigían a la sepultura de mis otros bisabuelos muy cerca del pasillo central también en el cementerio viejo, a la altura de la iglesia. El bisa José que fuera guardia municipal en el Ayuntamiento de Oviedo y que murió con 57 años y la bisa Carmen. Ahora allí están ellos y cuatro de sus hijos (junto a una nuera, esposa y cuñada que no quisimos nadie, seguramente porque no hizo nada porque la quisiéramos). Todo este ritual se hacía días antes de las fechas señaladas. El día de los 1 de noviembre nunca se iba. No interesaba encontrarse allí con todo Oviedo, pero sí que el Oviedo amigo y familiar viera como relucían sus tumbas, como ellas en perpetuo luto habían acudido discretamente a cumplir con los suyos y no a presumir como hacían otros. Y es que esto de los Difuntos, en general, es de mucho lucimiento y poco sentimiento.
Esa tradición me ha tocado heredarla a mi, no sé si mi madre la seguiría poniendo en pie cada año de no estar yo o habría muerto como lo hacen tantas otras pequeñas tradiciones y costumbres familiares. A mí personalmente me gusta hacerlo. Esta semana subí al cementerio con mis flores. Visite a mis abuelos. "Güelita, te echo tanto en falta". Sí, yo era la loca que hablaba con su abuela mientras arreglaba la jardinera a los pies de la sepultura y le pedía que me echara un cable. "Güelita, mira a ver hoooo, que seguro que tienes mano". Rezaba con prisas un Padrenuestro y lloraba un poco quedamente. Y de allí a la de mis tías y sí, yo era la loca que sonreía mientras recordaba la puesta en escena dramática de mi abuela, que fue la más longeva, cuando iba a visitarlas. "Ayyyy, hermanines, qué sola me dejasteis" y es que a ese cuadro verdaderamente triste, mi abuela le imprimía tanto dramatismo que daba risa y ojo, que yo sé que su dolor era auténtico pero no por trágico es más dolor.

Como cada 1 de noviembre celebramos simbólicamente a los que nos faltan. Aunque a los que queremos y echamos en falta que en nuestro corazón los celebramos cada día, cada hora, cada instante. Los padres y madres, los abuelos y abuelas, los hermanos y hermanas, los hijos e hijas, casi todos robados de nuestro lado demasiado pronto, pues, en mi opinión siempre es pronto para que se vayan los de uno. Hoy (y estos días anteriores) los cementerios serán lugar de encuentro de vivos... y muertos. Pienso en el cementerio más bonito de Asturias, solano y humilde, con gente todavía enterrada en tierra. Pienso en la historia de los hombres y mujeres que allí descansan, en su pasado y en su presente, en aquellos que hoy les visitarán, en todos los que se acercan a una sepultura o a un nicho con el corazón encogido, haciendo un esfuerzo por contener tantos años después la emoción. Pienso que me gustan los cementerios por lo que implican y por la paz que me transmiten. Pienso en visitar a los míos que permanecen vivos en mi corazón, y en seguir manteniendo esta costumbre aunque también haya cosas en ella que cambiaría. Pienso en este noviembre que empieza soleado y casi primaveral sino fuera por los colores y pienso en el futuro que cada día está más cerca.

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