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lunes, 28 de diciembre de 2015

Me acuerdo de...

- cuando compramos el R5 amarillo lo primero que hicimos fue bajar al PRYCA de Lugones que probablemente no se llamaba así;
- mi abuelo Ludivino, de su boina y su chaleco de pana, seguramente cosido por las manos de mi abuela Rosario, de su taller donde hacía madreñas y de la luz que entraba por un ventanuco que daba al pasillo, de un lápiz de carpintero casi consumido que siempre llevaba en el bolsillo, tajado con una navaja y de como mi madre le decía a mi hermano "eres igual que tu abuelo" porque siempre llevaba llenos los bolsillos de cosas pequeñas y aparentemente inservibles;
- del sonido de los pasos de mi madre subiendo las escaleras del portal;
- el primer día de Lola, me la entregaron en el hotel que hay al lado de la estación de autobuses de Oviedo, venía de Segovia y había vomitado durante el viaje. Me enamoré de ella nada más mirarla, a ella le costó un poco más. Fuimos a tomar un vino para que los antiguos papás me conocieran un poco más, cuando nos separamos no quería caminar. Tuve que bajarla en cuello hasta mi casa desde Manuel Pedregal, menos mal que pesaba poquito. Cuando llegamos al Palacio de Deportes nos estaban esperando para conocerla, desde el minuto cero supo que llegaba a una buena tierra. El primer día que fuimos a Quirós y se metió en el barro, se hizo la coja, menudo susto que llevamos pensando que se había hecho daño. Al final nos dimos cuenta de que era una cuentista;
- del sabor de las patatas fritas que hacía mi tía Alicia, la hermana pequeña de mi abuela Elena;
el día que medía las cortinas de mi casa. Hacía apenas unos meses que me habían entregado el piso. Recuerdo la emoción casi infantil del día que puse mi nombre en el buzón. Recuerdo como durante los meses que duró la construcción, que por cierto se adelantó, iba cada viernes a ver como avanzaban las obras y llamaba desde allí a mi madre "Hoy han puesto las paredes del cuarto" "Ya han colocado las ventanas"... Era como la construcción de un castillo, el mío. Recuerdo el día que fuimos a firmar la hipoteca en aquel despacho barroco cuya mesa presidía una foto del notario con un leopardo muerto a su lado cobrado durante una cacería en África. Pero lo que más recuerdo fue el día de las cortinas. Había quedado con el instalador a medio día para que pasará por casa, yo tenía 31 años y estaba a punto de dar el salto y mudarme. Medimos y ya. Hacía sol, era el día después del puente de San José (para los que lo habían tenido) No me acuerdo si comí, ni dónde lo hice. Cuando llegué al trabajo me llamó mi madre para decirme que el accidente que había ocurrido en Valladolid por la mañana se había llevado para siempre la vida de Rafa. Rafa con su diente mellado, sus vaqueros y su jersey Privata azul marino y verde con botones. Rafa que cruzaba la calle indolente con las manos en los bolsillos. Rafa que empezaba la vida. Pensé "Ya no cumplirá los 31" En Valladolid la niebla había borrado para siempre el futuro. Lo que vino después fue enfrentar la tragedia y aprender a vivir desde cero.
- del día que Javi empezó a andar entre las dos camas de la habitación;
- del día que murió mi abuelo Arturo. Íbamos cada jueves a tomar café. Se había convertido en una costumbre. Allí mis amigas y yo, algunas siempre, otras a veces, nos poníamos al día de la semana, de las historias amorosas reales o inventadas, de los planes inmediatos y futuros. Me acuerdo que un día llegó Conchi con los planos de su piso. Todo era una novedad porque lo nuevo era la vida adulta que estábamos comenzando. Después del café normalmente María José nos llevaba a casa en aquel Renault 5 negro tan cuco (hasta entonces habíamos triunfado con un Seat Ibiza rojo matricula de Coruña de Conchi) Aquel día, yo creo que bajando a Katia a casa, la luz del portal de mis abuelos estaba encendida a deshora. La casa de mis abuelos tenía un portal precioso, con una escalera que subía al piso, un pasamanos gastado del uso y una bola que enroscábamos y desenroscábamos para hacer de rabiar a mi abuela, los tres primeros peldaños eran de piedra y los siguientes de madera, un ventanal enorme. Al ver la luz supe que mi abuelo había muerto.
- de cómo mi abuela fregaba la cocina de carbón con arena y de sus manos que mudaron en manos de señorita cuando enfermó;
- de Adelah, la hija de Katja. Conocí a Katja en un Tandem de alemán un setiembre. Ella se quedó todo el año en Oviedo. Nos hicimos muy amigas. A lo largo de los años nos volvimos a ver allí o aquí. Cuando iba a nacer su segunda hija estuve con ellos un verano, quince días de agosto. Adelah, la niña mayor, tenía un año y pico, había nacido en marzo, diecisiete meses para ser exactos. Era una niña precioso de sonrisa permanente y rizos oscuros. Tenía una caja de arena en el patio donde jugaba con un cubo y aquel verano aprendió a deslizarse por el tobogán. El caso es que se cayó y se rompió el labio. La madre originó un auténtico drama y fuimos al pediatra que era un hombre guapísimo, altísimo y de piel oscurísima. Le dijo que no era nada y que no se preocupará que no necesitaba puntos. Como Katja insistía él le dijo "Bueno, a no ser que quiera que su hija sea modelo o algo, pero aún así esa herida no estropeará su carrera". Adelah no fue actriz, ni modelo. Adelah fue estrella en el cielo antes de cumplir los diez años. No he vuelto a saber de su madre, ni de sus hermanos.
Sin embargo, no me acuerdo nada de que hubo un tiempo en que estaba decidida a cambiarme el nombre, menos mal, que siempre hay alguien que se acuerda por ti.


viernes, 18 de diciembre de 2015

Que mis actos sean el reflejo de mis palabras.

Pues nada, en apenas unas horas comienza la jornada de reflexión. Yo la pasaré en Quirós con mi padre, leyendo un título que me han recomendado "El reflejo de las palabras" de Kader Abdolah un autor iraní, cuyo título por cierto viene muy a tiempo.
No voy a pedir el voto para nadie, solo pedir que la gente vaya a votar y que lo haga en conciencia y a la luz de los acontecimientos vividos,  porque cada voto cuenta y todos los votos suman, porque para quejarse hay que estar en política activa y pasivamente, porque todo es política, porque cuanta más información tenemos más responsablemente votamos y porque cada uno de nosotros tiene una concepción individual de cómo tienen que ser las cosas y del ensamblaje de todas esas concepciones tiene que salir la mejor para la sociedad, para el pueblo, para los ciudadanos... Y en eso debemos trabajar por encima de egos individuales y partidistas.
El reflejo de las palabras, de las promesas, de los disparates o no que se han vertido estos días en campaña debería de ser el reflejo de los actos de nuestros representantes electos a partir del lunes en el Parlamento. Sus actos los delatarán, nos mostrarán quienes tienen verdadera vocación de servicio, quienes llegan a trabajar, quienes a enriquecerse. 
Somos afortunados por poder participar en esta llamada segunda transición. No dejéis de ser protagonistas de la misma.
Un deseo personal y un guiño a Asturias: que la poesía en forma de juventud llegué a Madrid. Me encantaría. Suerte a todos electores y candidatos. Que el domingo gane, una vez más la Democracia en unas elecciones que son, desde hace tiempo, un ejercicio de madurez. Cambiemos el curso de la historia, escribamos un nuevo capítulo.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Lo que el fuego dejó.


Uno empieza a saber quién es cuando comienza a conocer a dónde pertenece, a reconocer los lugares, comunes o no, compartidos o no, que identifica como propios, como suyos. Donde la besaron por primera vez, donde creyó que no había felicidad más grande, donde le hicieron la declaración de amor más sincera para luego decirle definitivamente adiós con un portazo, pero también la fuente en la que bebió el agua más fresca, la cocina donde tomó el café más caliente, el árbol que le ofreció la mejor sombra aquel verano ... tantos sitios, tantos recuerdos.
Uno empieza a envejecer cuando le faltan las personas, pero también cuando le roban los lugares y las cosas que allí habitaban.
A mi la casa de mi tía, que digo de mi tía y no la mía que también ardió, me la arrebató el fuego, un viernes de agosto en el que, afortunadamente, no se movía ni una brizna de hierba porque si no el daño hubiera sido colectivo y no sólo familiar. Ahí empecé a morir un poco, sin embargo, con el tiempo me he dado cuenta de que se puede empezar a morir mucho antes cuando aún eres una niña, pero esa es otra historia.


"No volverá a ser, ni volveré a estar. El fuego arrasó todo. Todo menos los recuerdos. Recuerdos de otro tiempo. Otro tiempo que permanece para siempre. Las llamas no arrancaron de mi memoria aquel espacio en el que, por un momento, fuí una niña feliz. Sólo la muerte podrá definitivamente destruirlo".
                                                                                                                                           Bea la de Lola

La casa ocupaba un lugar de privilegio en el centro de la aldea. Orientada al Sur, algunos días sentarse al sol allí se hacia insoportable incluso bajo la sombrilla. Tenía una vista envidiable, a un puñado de km en línea recta, se erigía y se erige, testigo eterno e inmutable, Peña Rueda. Tenía todo para ser la mejor casa. Un corredor azul grande, muy grande, que unía dos viviendas que habían estado separadas y que ahora eran una porque pertenecían al mismo propietario y al que yo subía a buscarla a sabiendas de que nunca estaba allí sólo por el placer de mirar el horizonte.
Delante una pequeña antojana, aunque mis ojos de niña la recuerden mucho más grande de lo que realmente era. Allí, en aquella misma antojana durante un tiempo, había estado el corripu del gochu, cuando al gochu se le trataba como al miembro de la familia más valioso porque prometía el sustento del invierno para luego ajusticiarle a traición y cobrarse así la promesa hecha. También había estado el gallinero, pero de eso hacia tanto tiempo que apenas lo recuerdo.
Con el tiempo aquellos animales habían sido exiliados y sustituidos por plantas. Geranios y rosales principalmente, que crecían asilvestrados en tiestos que nunca fueron pensados para serlo: una pota vieja y un hervidor que pegaba la leche, un caldero sin asa y una jarra con un agujero. Todos aquellos cacharros inservibles habían encontrado un nuevo destino: albergar vida. Vida salvaje a la que nunca vi regar a pesar de la presencia de un regadera de color azul.
Dentro de aquel espacio y enfrente de la puerta principal de cuarterón también azul, había un banco bajo desde el que ella cumplía cada día idéntica liturgia, dejaba a su izquierda la bolsa de lona gruesa y verde con una foicina en su interior que siempre llevaba de bandolera fuera a donde fuese, se quitaba el pañuelo que dejaba al descubierto aquel pelo fino apenas teñido de hebras blancas incluso al final cercanos los noventa y se sentaba a quitarse los chanclos. Así, sentada de espaldas al mundo, y al volver de la tierra, suspiraba profundo desde lo más hondo y se despojaba de la mujer campesina que era para centrarse en lo que verdaderamente era importante: los suyos, su hogar, su vida.
Enfrente del banco, para acceder a la casa, había un único peldaño. Una trampa apenas perceptible con la que tropezar si era la primera vez que traspasabas aquel umbral, pero lo suficientemente alto para que a una adolescente, amiga de sentarme en cualquier sitio, se me durmiera por primera vez en brazos un bebé rubio de ojos azules. Después de aquel en mis brazos se durmieron otros muchos niños, pero ninguno mío y ninguno como aquella primera vez.
La puerta, que mientras en el pueblo hubo vecinos cerraba de resbalón y podía ser abierta por cualquiera que pasara por allí simplemente tirando de un cordel, tapaba sólo a medias una masera enorme en la que guardaba exquisitos manjares: un pan de escanda y un trozo de tortilla, la carne que había sobrado del cocido y unas lonchas de jamón, un poco de longaniza y siempre algo dulce. Siempre tenía algo dulce hecho por ella. Nos peleábamos por el bizcocho, la tarta de avellana o aquelles casadielles. Aunque éstas ascendieron de categoría cuando se decidió a meterlas en un bote grande que parecía de cristal labrado, pero era de plástico y que alternativamente era ocupado también con galletas de nata o magdalenas, de forma irregular y cada una irrepetibles. No aspiraba a un montón de galletas idénticas, las buenas eran todas diferentes.
Debajo de la masera, a la que ella había tapado las patas con una cortina sujeta con chinchetas, junto a algunas otras cosas más o menos útiles, se escondía uno de los tesoros más preciados de la casa: su cesta de costura. Allí en un pequeño costurero de mimbre, que cuando había que coser podías encontrarlo al lado de la ventana de la cocina, había mil y una cosas interesantes para la curiosidad de un niño con las que crear los más bonitos trajes: hilos de colores los justos y agujas de culo largo que le había descubierto mi madre cuando enhebrar se convirtió en una tarea complicada, una aguja de lana y unas gafas de pasta con la patilla pegada con cinta aislante, una cinta métrica amarilla, alfileres e imperdibles, botones y cremalleras, cerrapolleras y corchetes, dedales y algodón de hilvanar, un huevo de madera para repasar y unas tijeras mágicas. Ella tenía dos pares de tijeras, unas viejas que sólo cortaban lo que ella mandaba y unas nuevas de los 3 Claveles que conservaba sin tocar en su funda de plástico y que nunca supe porque las conservaba sin usar. Siempre comparé con asombro las diferencias entre el costurero de mi madre, modista de ciudad, y el de ella que cosía en el pueblo. Aún hoy, aparcada la costura desde el siglo pasado, pídele a mi madre cualquier color, el que sea, y entre la montaña de tubitos de colores intensos y brillantes te apuesto a que lo encuentras. Ella no, ella se movía únicamente con los colores básicos, fruto de un tiempo de escasez y austeridad y porque hacia tiempo que en casa Práxedes que había tenido tienda ya no se vendía ni un colín. La costura la ayudó a esquivar la miseria cuando la mina le robó al marido y le permitió coser, primero para todas las niñas de la zona y, más tarde, para las mozas en las que se habían convertido aquellas niñas. Doy fe que muchas de aquellas mujeres, hoy madres e incluso abuelas, todavía la recuerdan con cariño.
En el mismo hueco de la entrada salía una escalera de madera, ancha y bonita, fácil de subir hasta el punto que no tenía pasamanos y que llevaba al piso para desembocar en el desván. Allí sentada la vi por primera vez "mazar manteca en una bota" A pesar de no ser ni mi casa ni mi escalera conocí a la perfección cada peldaño de la misma, cuál crujía al pisarlo, cuál se hundía levemente con el peso, cuál tenía un listón un poco flojo, desde donde podías saltar sin temor a mancarte. En el descansillo en una especie de hornacina que hacia la pared descansaba todo el año en perpetua Navidad un Niño Jesús en su cunina, junto a una madreña pintada con colores chillones que alguien le trajo de recuerdo de algún sitio ¿quién puede regalar una madreña de mentira a un campesino que las usa habitualmente? una muñeca con un vestido amarillo hecho a ganchillo que nunca supe de dónde había salido y que me rechinaba especialmente en una casa en la que jamás vi juguetes, ni siquiera los de sus nietas y un armario que guardaba como pequeñas alhajas las piezas de porcelana que le habían tocado de la herencia de su madre.
Sólo recuerdo olores agradables. Manzanas y castañas asadas, tarta de avellanas y casadielles frites, pan recién hecho en aquel horno cuya panza sobrevivió milagrosamente al fuego y el cocido hecho despacio y sin prisa en la cocina de carbón mientras en la pequeña caldera hervía el agua. La ropa limpia recién planchada o la recogida del tendal recién doblada, el olor a leche hervida o recién ordeñada, los requemaos para el catarro y los floritos. Imágenes que pasan ante mi como fotogramas de una película en color que recuerdo en blanco y negro. Un interruptor de pera, la luz del amanecer colándose por las cortinas de las puertas de la sala que se abría al corredor, el nido que unas osadas golondrinas construyeron en medio de la sala sobre la mesa del comedor y que nadie se atrevió a quitar, el ruido de los ratones en el desván jugando al escondite entre las patatas cosechadas ese año, el viento entrando por el cristal roto de la ventana de la habitación, las partículas de polvo en suspensión pilladas in fragantis con la claridad de la mañana. Sensaciones que evocan emociones. Emociones que despiertan sentimientos. Era una casa hermosa llena de luz, la que aportaba la increíble mujer superviviente que la habitaba.
Mirando atrás, borrando las cosas que no gustaban tanto, sólo puedo afirmar lo corta que es la memoria de los niños y lo selectiva que es la de los adultos.





























domingo, 6 de diciembre de 2015

La joven se nos hace mayor.

6 de diciembre: cumple de la Constitución que hace 37. La joven se nos hace mayor. 
La campaña de IU-UP plantea la construcción de un Nuevo País, a partir de un Nuevo Proceso Constituyente hecho desde abajo, es decir, contando con el pueblo soberano y así, entre todos, parir una Nueva Constitución.
No es tan difícil de hacer, la propia Constitución recoge los procedimientos para hacerlo. Solo hay un problema: la necesidad de un consenso amplio, muy amplio, incluyente, no excluyente (las mayorías que se exigen son todas reforzadas, es decir, no simples) pero se puede hacer, sólo hay que querer. Y para hacerlo hay que hacerlo bien y no de "estrangis" como en 1995, cuando PP y PSOE, de la mano, se saltaron forma y fondo para, por la puerta de atrás, anteponer a los intereses del pueblo español los de la banca, las multinacionales y los poderosos, porque la reforma del art. 135 fue esto y los resultados fue perder en sanidad, en educación y en derechos sociales y de aquellos barros arrastramos estos lodos
No hay que olvidar que está Constitución que nos ha dado cobertura estos años, aunque imperfecta, ha permitido que creciéramos en valores democráticos, en derechos individuales y en libertades públicas. Gente como los de mi generación, nacidos cuando el franquismo daba los últimos coletazos no hemos conocido otra cosa, afortunadamente.
Sin embargo, aunque en mi humilde opinión no nos ha ido del todo mal no hay que olvidar que fue fruto de una clase política que bebía de las fuentes del antiguo régimen del que procedía y que aquellos, en su mayoría hombres tenían miedo unos de otros. Miedo y dudas acerca de qué iba a pasar y de cómo iba a gestionar una sociedad herida y dividida, una sociedad de hermanos vencidos y vencedores, cómo iba a gestionar aquella nueva era.  Hemos tenido una transición "pacífica" y lo más importante a salvo de algunas heridas graves, gravísimas para las personas que hoy aún las sufren (memoria histórica, resarcimiento de los daños de la reprensión política sufrida  durante el franquismo,...)  hemos llegado hasta aquí, pero NO HAY QUE OLVIDAR LA HISTORIA, sobre todo, para que no se repita.
A pesar de todo quizás sea el momento de plantearse una mejora, entre otras cosas, porque la situación de las autonomías (en concreto el proceso de independentismo catalán que no tiene cabida en este marco constitucional) el cuestionamiento acerca de la forma de Estado hecho a raíz de la abdicación del anterior Jefe del Estado, por qué no ya la III República, alguien apuntaba ayer a la persona incuestionable de Julio Anguita como posible Presidente de la República y por qué no? la innecesaria existencia del Senado, cementerio de elefantes, la laicidad del Estado y un montón de cuestiones más que se me ocurren pero que no vamos a enumerar aquí una a una.
Por qué no se plantea en serio esta reforma constitucional? El tradicional bipartidismo instalado en nuestra democracia es feliz con la alternancia de partidos. "Esta tú, ésta yo, ésta me gusta, me la como yo" y lo peor no hay nadie valiente para afrontar el temido momento de "abrir el melón" y los que lo son no encuentran el apoyo necesario o quizás el pueblo español se ha acomodado a lo que hay y no aspira a nada más por aquello de "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer".
Soy feliz por haber crecido en Democracia, como una mujer libre que puedo expresarme, escribir, manifestarme y con esta Constitución que se ha hecho vieja prematuramente más rápido que nosotros, quizás porque ya lo era cuando nació. Estoy contenta con celebrar uno tras otro los cumples cada 6 de diciembre, pero tampoco estaría mal que una Carta Magna viera la luz para dar respuesta a esta nueva sociedad multicultural y global con nuevos retos y nuevas exigencias, una Nueva Constitución que nos trajerá Un Nuevo País. Mientras tanto disfrutemos de este cumpleaños y de esta campaña electoral que estoy segura va a ser de todo menos aburrida.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Una reflexión a la luz de la prensa de hoy

Dos noticias en la prensa de hoy: una red de trata de mujeres y prostitución que ofrecía madres lactantes y menores y con las que los clientes podían hacer lo que quisieran y una mujer a la que autorizan a morir al no querer vivir sin belleza. Un tribunal británico autoriza a una mujer no seguir el tratamiento médico y así poner fin a su vida. La primera en Murcia, la segunda en Gran Bretaña.
Al leer el segundo titular (joder con la prensa) dices "no me extraña que tal y como se está poniendo el panorama esta pobre mujer no quiera seguir viviendo a la luz evidente de la ausencia de belleza" pero coño, lees el cuerpo de la noticia y para echar a correr. Resulta que la mujer solo está preocupada (muy respetable) por su belleza y su estilo de vida, por el glamour que ha perdido a raíz de un cáncer de mama y por la falta de calidad de vida a partir de un daño irreversible en los riñones producido por un intento de suicidio. Y yo pensando en el concepto universal de belleza frente al caos en que nos hemos instalado. El caso es que la tía de 50 años no quiere ser ni vieja, ni fea, ni pobre... pues "sin juventud, ni belleza su vida carece de chispa" Vaya con la pava, tampoco querrá morirse, claro.
De verdad que no entiendo nada y, ojo, que sí entiendo que no quiera vivir, que esté deprimida por todo eso, tremendo, por lo que ha pasado, pero mientras las redes de prostitución ofrecen a sus clientes a menores y a MADRES LACTANTES (que realmente ya no sé que me parece más aberrante) está mujer flipa con lo suyo y el sistema judicial británico lo mismo. Manda huevos. Ahhh y si acaso le echáis un vistazo a la portada de Lecturas. No sé qué pasa en el mundo que algunos no quieren envejecer cuando lo más hermoso es hacerlo con dignidad. ¿Quien coño dijo que los viejos no son guapos?
Mientras tanto al menos 14 muertos en un tiroteo al sur de California y hoy se celebra el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud. Sigamos mirando nuestro redondo ombligo y obviemos observar que ocurre alrededor.
Por cierto, hoy hace cuatro años que se murió mi abuela Elena. Ella amaba tanto a la vida y a los suyos que no se rindió nunca: ni vieja, ni enferma, ni pobre (que también lo fue) ni nada de nada, ella para adelante siempre, superando obstáculos. Yo me quedo con mi abuela "forever". Te echamos de menos güelita!

martes, 1 de diciembre de 2015

Bea antes de Lola

"Hello, how are you?
It's so typical of me
To talk about myself, I'm sorry
I hope that you're well
Did you ever make it out of that town
Where nothing ever happened?
It's no secret that the both of us
Are running out of time"

 
"Hello", Adele


Oviedo, 26 de noviembre de 2015

Hola Bea,

Hace mucho tiempo que no hablamos, tanto que no recuerdo cuánto. En realidad no sé cuándo te perdí de vista, en qué momento dejaste de ser yo para vivir definitivamente en mi pasado. Si me preguntara en qué instante decidí crecer y empezar a construir el futuro, no sabría decir un único momento. Fue el tiempo de soltar amarras y encaminarme a un proyecto único, el mío propio, sola conmigo misma. Y de dejar atrás tantas cosas llevándome lo importante. Cerré la puerta y me fui. No fue difícil, porque no hubo portazos. Puse fin a un capítulo de mi vida. "Se trata de crecer" me decía. Ya te tocará vivirla. Te lo prometo y te pasará como a mi. Será un juego y será divertido.
Pero hoy, buscando entre las fotos viejas, he encontrado aquella que os tomaron en Quirós en el final del verano del 86. Maite, Claudia, Flor y tú. Las cuatro, tan guapas, tan niñas, despertando a la vida y he pensado en escribirte estas letras, para saber de ti y para contarte de mi. Te extrañarás que lo haga de esta forma "a la antigua" ¿Cuánto papel de cartas de colores usasteis aquel verano? Ya no lo recuerdo y eso que vosotras no fuisteis especialmente ñoñas, pero cartas os mandasteis miles en un tiempo en el que la comunicación no era lo que ahora, pero y ¿la emoción de abrir el buzón y ver tu dirección escrita con la letra de Claudia? Fíjate si hubieran existido los móviles o internet entonces.
Fue en el 85 cuando vuestros destinos se cruzaron ¿te acuerdas? Menudo aburrimiento prometía aquel verano, pero una amiga, una amiga abría un abanico inmenso de posibilidades a aquellas tardes que transcurrían indolentes y en las que todo se ralentizaba. Y eso que al final aquel agosto tuviste una gripe horrible que estuvo a punto de echar al traste todos los planes, sin embargo allí estuvo Claudia, paciente y sin desanimarse, esperando a su nueva y flamante recién estrenada amiga que deliraba en la cama a causa de la fiebre. Creo que como aquella gripe no has tenido nunca más otra, ¿no? Y, desde entonces, hasta hoy. Claudia y tú no os habéis separado nunca y mira que vuestras vidas han sido distintas. Distintas sí, pero paralelas. Claudia siempre estaba ahí. Primero fue novia de Manuel, luego recién casada y madre sin dejar de ser niña y tu, mientras tanto, junto a ella, creciendo al mismo ritmo, en diferentes ramas del árbol, pero con el mismo tronco común. Viene mi memoria hoy también las siluetas de dos chiquillos en la estación de tren de la Pola, con la nieve que caía, dos niños cobijados bajo el paraguas y despidiéndote.
Volviendo a la foto, Claudia te coge del brazo. Se apoya en ti y tú en ella. Te protege y tú a ella. Estáis unidas con un hilo rojo. Te diría que no dejes de lado a las amigas, van a ser tu pilar en muchos casos aunque algunas se bajarán en distintas estaciones, pero tranquila, aprenderás a vivir sin ellas y madurarás. Dice mi madre que tengo mucha facilidad para ir dejando a la gente bajarse de mi vida, pero ¿qué voy a hacer? No puedo aferrarme a quienes no quieren estar a mi lado. La vida te enseñará a hacerlo, aunque te aseguro que te costará muchas lágrimas.
En la foto sonríes y no hacia ni un año que habías sufrido tu primera gran pérdida. ¿Recuerdas que pensabais que ninguno iba a ser capaz de seguir sin ella, de que moríais con ella, de que perdíais al timonel de vuestra familia? y sin embargo, el mundo continuo girando y vosotros con él, avanzando. Y ella no estaba más, aunque muchas veces la sientas junto a ti. Nunca te abandono Bea, aquello si que no tuvo nada de traición. Muchas cosas pasaron aquel verano del 85. Sólo me vas a permitir que te avise de una cosa Beina, la primera pérdida duele, pero la última siempre es la peor, te lo digo yo que de pena por los míos sé un rato. Sólo que hay que reinventarse y volver a vivir. Lo harás así, siguiendo al pie de la letra los pasos del duelo, lo pasarás mal pero saldrás victoriosa.
Quería preguntarte por tus padres. Los míos están bien, gracias. Soy afortunada por tenerlos. Por ahora nos respeta la salud. Ya sabes que complicadas se ponen las cosas a partir de ciertas edades. Mi padre dando guerra, discurriendo mil proyectos nuevos y poniéndose metas, queriendo beberse la vida a sorbos, dándonos lecciones de todo y de nada, callado como es él, disfrutando de su nieto, el regalo más grande que le ha dado la vida, haciendo amigos, gestionando el tiempo de la manera más provechosa, leyendo mucho y tirando de diccionario, preguntando o mejor observando. A lo que no se anima el tío es a lo de Internet. Chica, mira a ver si tu tienes más suerte. Es un grande, ojalá hubiera más como él en el mundo. Mi madre cambió es lo que tiene pasarse siete años sin avanzar ni un paso. Cuidar de mi abuela fue... no sabría muy bien decir cómo fue. Sigue esforzándose por hacernos la vida más fácil, pero no tiene interés por la suya. Me da mucha pena, pero he decidido que cada uno vive como quiere (o como puede o como sabe, pero esa es otra historia)  y que yo no puedo decidir como tiene que vivirla. Es duro, pero una vez que lo aceptas es como una especie de liberación.  Es duro aceptar que tus padres se hacen viejos, durísimo, sobre todo, cuando tanto tú como yo hemos vivido rodeadas de viejos entrañables. Sin que te des cuenta los más viejos son tus padres y eso cuesta, vaya si cuesta. Vete preparándote porque muchas veces te sentirás frustrada y sin poder hacer nada. Aceptar esa realidad que nos tocará a todos, será tu triunfo.
Tengo que ir despidiéndome porque se hace tarde, si salgo ahora hasta el buzón con suerte recibirás mis noticias esta semana. Querría contarte más cosas de mi, de lo que hago, de como me va la vida, pero no creo que sea bueno desvelarte el futuro. Lo mejor del futuro sin duda es descubrirlo por una misma. Sólo te voy a decir tres cosas, la primera es que la vida no te da lo que sueñas cuando eres pequeña, pero hay otros sueños que puedes conseguir por tu misma, sólo hay que creer en ellos; la segunda es, que a pesar de las decepciones, vas a querer mucho y te aseguro que merece la pena hacerlo y la tercera, es que he llegado a un punto en el que soy aceptablemente feliz y sólo por eso el esfuerzo ya ha tenido su recompensa.
Bueno Bea, espero que me escribas pronto y me cuentes esos planes de Universidad que tienes para después del verano y que me digas qué fue de aquel moreno que te tenía preso el corazón.
Un beso

domingo, 15 de noviembre de 2015

15 de noviembre de 2015: París y lo demás, después de la derrota.

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los guisantes, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política.
No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"
Bertolt Brecht.
Yo añadiría:
"No hay más ciego que el que no quiere ver"
Refranero popular español.

Domingo, 15 de noviembre, un mes y cinco días para las elecciones generales, cinco más para Navidad.
Un día como otro cualquiera para empezar a creer en la raza humana o para empezar a dejar de creer. Aterrada con los atentados de París. Horrorizada con que el dolor del primer mundo solape tantas veces el del tercero, si es que en esto de los mundos hay categorías que como las meigas "haberlas haylas". Muertos de primera y muertos de segunda. Ninguno de ellos podrá volver a "Abrir la ventana muy temprano. Sentir en el rostro el frío de la calle" escribía Ovidio Parades ayer en un texto de exquisita sensibilidad como todo lo que él tan bien escribe. Gestos comunes y sencillos, robados para siempre. Nunca más besar, ni ser besados. Nunca más tocar, ni ser tocados. Sin poder acompañar en las infinitas lágrimas de sus padres y madres que a partir de ahora serán sombras de sí mismos. La sinrazón habita entre nosotros. Estos son nuestros muertos.
El sol se tiñe de sangre cada día en muchos sitios, a todas horas. El mar se puebla con los cadaveres que quienes huyen de Siria, primero se llenó de cuerpos de quienes huían de la miseria de los países del Magreb. Los que llegan muertos o casi muertos a nuestras costas  no son los que atentan contra Europa. Los muertos sólo son muertos. Los que llegan vencidos sólo son fantasmas de lo que fueron en sus países. Quizás sean nuestros asesinos en un futuro alimentados por el desarraigo y la desesperanza, pero ahora no, no lo son. Lo siento, NO son éstos los terroristas. Los terroristas están entre nosotros, silentes, estudiando en las Universidades, en las redes sociales, observando, escuchando, aprendiendo. No son los pobres inmigrantes del mar de plástico, ni los manteros que huyen de los municipales, ni los vendedores de CD pirateados. No son desarrapados. Esos son solo víctimas como nosotros. Nosotros pobres mortales, algunos afortunados, que viajamos en avión, en metro o en trenes de cercanías. Vamos a un concierto de heavy. Cenamos en una terraza un viernes de este noviembre fantástico, aquí y en París. Somos hombres y mujeres en la diáspora, viviendo lejos de casa. Vamos al mercado y morimos comprando flores en nuestro puesto favorito. El miedo habita entre nosotros.
¿Por qué dan esas cifras escalofriantes de jóvenes franceses que se unen al ejército del Estado Islamico? ¿Qué les empuja a entregarse a los brazos de una muerte segura?
43 muertos también en Líbano que se suman a los franceses. El Líbano está casi tan cerca de España como Francia (bueno exagerando un poco) sólo que al otro lado del Mediterráneo. Ayyyyy el Estrecho, el Mediterráneo, nacer aquí o allá, a un lado o a otro de la frontera, cuestión de dados o de destino. Estos también son nuestros muertos.
"Las fronteras fueron dibujadas con tiralíneas en África por las potencias colonizadoras", nos decía el profesor cuando preguntábamos porque los límites entre países africanos eran casi todo líneas rectas "Son ficticias, obedecen a intereses colonizadores"  Ayyyy, la Gran Europa que quería ser dueña del mundo y que junto a EEUU todavía hoy se reparten la tarta. ¿No es un peaje muy grande tantos muertos para la ambición política de los Amos del Universo?
Soy mujer y cristiana, universitaria y comprometida políticamente (roja, incluso dirían algunos) y además escribo y opino públicamente y en voz alta. Soy todo eso, no tengo que justificarme. No hago proselitismo, sólo  intento que mi vida pública, mi compromiso con los demás, sea coherente con mis creencias (y, es dificil, muy dificil). Si en vez de haber nacido en Oviedo lo hubiera hecho en cualquiera de los países de Oriente Medio y fuera pobre, probablemente no podría respirar. Si fuera rica, sería otra cosa.
Leí un texto en la pasada Noche Blanca que hablaba de como las mujeres turcas se habían quitado el velo y entrado en las Universidades. Hoy se lo vuelven a poner. El Islam es una forma de entender la vida como el Cristianismo o el Judaísmo. El error está en entregar el poder político a unos y a otros. Ahí es donde se confunde todo. Se justifica todo. Vale todo. Yo no puedo imponer mis creencias, sino tengo los mecanismos que me permitan hacerlo. De ahí la importancia de la laicidad del Estado. Por favor, Estado laico YA.
Matar en nombre de dios, el que sea, no me cabe en la cabeza. Manipular, programar, confundir a jóvenes para que se inmolen en nombre de cualquier dios solo obedece a mentes enfermas, ávidas de poder, de poder político y económico. No perdamos la perspectiva, ni nos confundamos.
Tener una visión sesgada de esta guerra, confundir víctimas con verdugos, también. Vamos a no estigmatizar. Vamos a mantener la calma. Vamos a estar atentos y no bajar la guardia, sí, de acuerdo, pero afirmar que musulmán es sinónimo de terrorista sería como decir que alemán es sinónimo de nazi, por poner el ejemplo más manido.
Y me atrevería a añadir algo más, vamos a dejar de ser masa para ser individuos con opinión propia, vamos a leer más, a informarnos más, a tener una visión real y global de las cosas.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Motivos.

Desde Villar de Salcedo (Quirós)

Me gusta todo de esta tierra.
Los hombres y las mujeres.
Los bosques de fayas y de castaños, los rebollos y los fresnos.
Los corredores y las galerías, aunque cada vez queden menos.
La decadencia de una forma de vida.
Cada curva que abre una ventana nueva a las montañas.
Me gusta hasta lo que aborrezco:
la mediocridad,
el chismorreo,
la ausencia de ambición y el medrar poco,
porque a veces ni medrar queremos,
la cobardía y la envidia entre vecinos.
Amo los otoños como éste, llenos de luz y paz;
las primaveras tardías de un verde rabioso;
las nieves del invierno que echan por el suelo sueños y esperanzas,
pero nos dejan volver a la infancia resbalando con trineos por los pindios prados.
Los veranos calurosos que secan fuentes y praderas.
Sí, sin duda, no necesito más razones para amar,
porque aquí las tengo todas.
Bajando de Salcedo (Quirós)

viernes, 6 de noviembre de 2015

Y, al fin, un suave abismo de luz.

Viernes. Semana intensa. Finde prometedor en trabajo y nuevas experiencias. A mi alrededor sólo hay silencio. Escucho lo absoluto del mismo apenas salpicado por los ladridos de Lola que oye cosas imperceptibles para mi oído. De vez en cuando, otro perro le contesta o quizás sea su propio ladrido devuelto por el eco de la montaña. A veces también es el eco el que responde a mis preguntas, aquellas que nunca hago en voz alta, aquellas que solo me hago a mi misma.
Pienso, pienso, pienso... en una mirada que es una religión (lo he escuchado hoy en una canción de Amaya Montero, creo), en unas manos y en unos labios, los suyos, que son una promesa. No entiendo como alguien ha podido calarme tan dentro. Dónde estaban las defensas de la fortaleza? En qué momento baje la guardia?
Pienso en la estrategia del agua que, poco a poco, se cuela por todas las rendijas hasta abrir surcos que se convierten en torrentes que se llevan todo por delante. Igual que el enamoramiento que una vez que llega lo vuelve todo del revés, arrasa con creencias, con principios, haciéndote dudar incluso de los pilares de tu vida. Traicionaría todo aquello que llevo defendiendo tanto tiempo? Trayéndote lo que pensabas que no te iba a volver a pasar y que, sin embargo, vuelve a ocurrir. Y pasa, vaya si pasa. Y tienes otra vez quince o catorce o trece años (no puedo remontarme más atrás porque no fui una niña especialmente precoz) las mariposas pueblan tu estómago y estás en permanente vigilia, sólo que esta vez estás en la mitad de la vida y todo te pilla desprevenida y por sorpresa. En el incipiente comienzo del otoño, la primavera de nuevo. Vendería mi alma al diablo por dos palabras dichas de su boca: "Ven conmigo" o cualquier otra pareja de palabras semejantes.
Pienso en que he sido tantas veces invisible y, lo que es peor, he intentado tantas veces serlo. Sin decidirme a hacer nada, sin moverme para que no me vieran,  sin entrar a jugar en la partida, siempre mirando desde afuera y dejando hacer a otras. Echando de mi lado a los que se acercaban por temor a que se colaran por las minúsculas suturas de mi corazón. Tantos años, tantas veces. Tanto miedo a fracasar. Tanto dejar pasar la vida. 
Y ahora estoy aquí en mi alfombra mágica.  Pienso en lo fácil que sería no abandonarla nunca. Seguir leyendo novelas de autores que probablemente escondan en sus páginas deseos imposibles y planes frustrados, amores prohibidos y amantes robados, los suyos propios. Seguir viviendo vidas ajenas que no son la mía. Vivir de prestado. Seguir negándome oportunidades, besos y abrazos, miradas y sonrisas. Apartarme de ti. Volver a huir de lo que verdaderamente quiero. Dejar de vivir. 
Miro las vigas de madera, recorro con la vista sus nudos, sus imperfecciones, sus vetas. Pienso que la auténtica belleza está en estas pequeñas cosas que hacen mi vida única a pesar de los errores, de las malas elecciones, del ramal de camino que tome confundida y del que por cabezonería no quise volverme. Y al final, reconduzco todo y vuelvo a creer que querer otra vez es posible. En realidad nunca deje de hacerlo.
Gente que llega de repente y a quien la guionista no había previsto. En realidad, la guionista ni siquiera lo había soñado. Gente que desplaza a los otros personajes para ocupar el primer plano, para ser protagonista y no secundario. Cuando menos te lo esperas, sin buscarlo, allí estaba él para cambiarme la vida. Parados los dos en la misma parada, tomamos juntos el último autobús sin destino cierto, pero juntos al fin. La vida que nos ofrece siempre, siempre nuevas oportunidades para seguir.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Truébanos y colmenas.

Poca gente conoce la auténtica labor de ingeniería que hacen las abejas. Esos insectos amarillos y negros de los que todo el mundo huye y de los que casi nadie se acuerda cuando aprovecha las cualidades medicinales y nutritivas de ese producto tan valorado que es la miel y que ellas generosamente producen. Y es que las abejas no sólo son imprescindibles para el proceso de polinización que es el mecanismo mismo de la vida, sino que tanto dentro de las colmenas modernas como de los tradicionales, cada vez menos frecuentes, truébanos, las miles de abejas construyen un universo particular admirable. Una comunidad ordenada donde la Reina manda y los demás obedecen. Entre 40.000 y 100.000 abejas pueden convivir en una única colmena en las que la producción de miel tiene una relación de 7 kilos de miel producidos por cada kilo de cera aproximadamente. Pudiendo llegar a producir 15 colmenas hasta 3,500 kilos de miel. La producción de miel artesanal es una actividad que conserva mucho de tradicional gracias a la gran cantidad de pequeños productores aficionados que siguen aplicando usos y costumbres de siempre. El Valle del Trubia no es la excepción. Es el caso de Roberto F. Osorio de Ricao (Quirós) aficionado que nos hace una primera aproximación a este mundo.
Y así cuenta Roberto F. Osorio que tradicionalmente los truébanos eran los lugares en los que "ensamaban" las abejas, pudiendo darse el caso de conseguir ensamar un enjambre que estuviera en el monte y al que se engañaba para que se instalará en el truébano con la "abechera" (planta que se usaba para que las abejas siguieran al hombre y que no es otra que la melisa) Los truébanos eran troncos huecos de árbol, de ahí su forma redonda, con unos agujeros por donde entraban y salían las abejas. En ellos se introducía una cruceta de madera a partir de la cual el enjambre construía los panales con cera. Panales en los que depositaba la producción de miel. Tras la floración de primavera y después del verano, en junio la producción aún es muy pequeña, sobre todo en los meses de setiembre y octubre, cuando el tiempo empieza a estar frío sin estarlo, comienza la extracción de la miel. Siendo más fácil la extracción pues la miel está aún líquida. Años atrás, llegado el tiempo de la extracción, se seguía el siguiente procedimiento: de noche los dueños de los truébanos se acercaban y sopesaban cual de ellos estaba más lleno. Lo retiraban introduciéndolo en un saco bien cerrado y con él se iban a la fuente o al bebedero de las vacas, donde procedían a ahogar a las abejas. Sacaban los panales y en casa, con ayuda de una prensa, extraían la miel. Esta forma de extracción distaba mucho de cumplir unas condiciones higiénicas mínimas, la calidad de la miel estaba lejos de la actual y la fórmula tampoco era especialmente productiva.
Hoy el procedimiento es diferente y no se mata a las abejas. Se ha sustituido a los antiguos truébanos por las modernas colmenas que han de estar situadas en un lugar soleado pues las abejas necesitan el sol para trabajar y en un lugar donde no molesten a nadie, que no haya casas, que no haya caminos. Antiguamente estaban dentro de los pueblos porque fuera estaba el oso, principal enemigo de las colmenas y porque en esta zona no hay "cortinos" para protegerlas (construcciones de piedra circulares que existen por ejemplo en la zona de Los Oscos) actualmente el pastor eléctrico es la defensa contra el oso que, sin embargo, se las sabe todas para llegar a su trofeo. Las colmenas, que a diferencia de los truébanos son cuadradas, tienen una caja base a partir de la cual se van añadiendo alzas con las que se van haciendo pisos. Dentro se encuentran los panales, cuadros de madera con un marco en los que se coloca la cera en celdillas hexagonales, no redondas ni cuadradas pues es en las hexagonales donde cabe más cantidad de miel. Esa cera es estirada por las abejas que van haciendo recipientes que sellarán con la misma cera tras llenarlos de miel. En las colmenas el lugar por donde entrar y salen las abejas se llaman piqueras y en torno a ellas crean un auténtico lugar de aterrizaje y despegue desde el que partir a su particular labor fuera de la colmena.
La extracción se hace a partir del aturdimiento de las abejas con humo en un momento en el que la actividad ha disminuido y ellas se encuentran menos activas. Se extraen los panales, se quita con un cuchillo la cera que recubre las celdillas y se deja la miel al descubierto. Se colocan los panales en un extractor que puede ser desde manual a automático dependiendo del número de colmenas que tenga el productor y se extrae la miel.
Pero ¿cuál es el criterio que diferencia a un productor profesional de uno aficionado? Según el Plan Apicola Nacional el criterio es únicamente tener más de 150 colmenas. Si bien Javier García Galguera, pequeño productor profesional de miel asentado en Villamejin que la comercializa bajo el nombre de Miel de los Valles del Trubia, nos cuenta que el profesional está sometido a un fuerte control sanitario que garantiza la calidad de la miel producida. Hoy, de acuerdo a la normativa comunitaria, el pequeño productor también puede comercializar parte de su producción siempre que tenga un número de explotación y que se venda directamente a particulares.
Por lo que respecta a la calidad de la miel del Valle de Trubia, García Galguera, defiende que la miel que se produce en esta zona no sólo no tiene nada que envidiar a la miel del Occidente donde probablemente se produzca más cantidad, pero no más calidad. La miel de los Valles del Trubia reúne unas características organolépticas excepcionales debido fundamentalmente a que en poco terreno existe una gran variedad de flores. Este productor que tiene repartidas sus colmenas por distintas zonas del Valle nos comenta que en Vallin (Quirós) la mancha de castaños llega practicamente a La Cobertoria, mientras que en la Granda de Olid, encima de la Peña de Caranga, las abejas disfrutan con las zonas de brezo y los robledales y en Proacina, brezo y castaño de nuevo. Esta composición floral enriquece la miel otorgando un amplio abanico de sabores y colores a la producción autóctona.
Una actividad muy interesante pero no exenta de problemas. En la actualidad el tamaño del sector les impide, por ejemplo, luchar eficazmente contra la avispa velutina, una especie invasora que llegó a Europa en un barco de carga procedente del continente asiático y que amenaza la supervivencia de las abejas que no cuentan por si mismas con un instrumento eficaz de defensa. Dar solución a esta amezana, conseguir una mayor profesionalización y modernización del sector son algunos de los retos de futuro que se presentan ahora mismo.

LA PRODUCCION DE MIEL ARTESANAL EN EL VALLE DEL TRUBIA (publicado en La voz del Trubia, número de noviembre de 2015)


sábado, 31 de octubre de 2015

NECROLOGICA

"Yo, el Señor tu Dios, sostengo tu diestra y te digo:
No temas, yo mismo te auxilio" (Isaías, 41, 13)


Epitafio:
- "Aquí descansa una mujer que fue feliz en su contradicción".


NECROLÓGICA:
El pasado día 8 de octubre la ciudad de Oviedo despidió a la blogger Bea la de Lola. Estas fueron las palabras que pronunció su hermano en su memoria en el acto de despedida celebrado en el entorno de la ermita de Alba en Quirós donde reposan para siempre sus cenizas.

"Nadie que conociera a mi hermana de verdad recordará un solo día de su vida en el que no estuviera cabreada: con un vecino, con su coche, con alguno de sus muchos y queridos amigos, o mientras duró su vida laboral con alguien del trabajo: compañero, cliente, proveedor. Muchas veces simplemente el enfado era consigo misma y punto.
Mi hermana vivió en un auténtico estado de rebeldía que la hacía ser increíblemente exigente con ella y con los que la rodeaban, familia y amigos, sociedad y políticos. Era un espíritu tremendamente crítico y, por ello, en muchas cosas fue una insatisfecha. Sin embargo, esa permanente insatisfacción la mantuvo en constante movimiento para intentar cambiar el mundo, convencida hasta el final de que la revolución no sólo podía hacerse sino que además estaba en nuestras manos llevarla a buen término. Muchas veces les dijo a mis hijos que no se pararán, que continuarán buscando y aprendiendo, viviendo y soñando con otro mundo, mejor y más justo, a nuestro alcance. "Construirlo está en nuestras manos", les repetía machaconamente.
Nadie que conociera a mi hermana olvidará su sonrisa. Una sonrisa que le devolvieron sin contar con ello un día del 2015 y que ya no volvió a apear. Aquella sonrisa amplia que la hacía achinar sus ojos con la que pretendía reconducir y despedir cada día su mal humor y su cabreo. Para ella una sonrisa y un pensamiento de "mañana será mejor" podían solucionarlo todo.
Nadie olvidará tampoco su amor sin límites a la tierra de nuestros antepasados y la generosidad con que se entregaba a  las causas posibles e imposibles en las que se embarcó. Siempre, siempre tenía algo entre manos.
Hoy la despedimos en este lugar que tanto amó.
Bea, descansa en paz y, porfa, no riñas mucho allá dónde vas."

Tras la ceremonia todos los que se acercaron para darle un último adiós se dirigieron a un llagar de la zona para celebrar una espicha que la propia difunta había contratado unos meses antes, cuando fue consciente de que el final estaba cerca. Allí compartieron recuerdos y anécdotas vividas juntos. Hubo risas, muchas y lágrimas, pocos.

1 de noviembre


Cementerio del Salvador, Oviedo
Mi abuela y sus hermanas seguían su particular tradición de Todos los Santos. Unos días antes subían al Fontán a buscar flores. Claveles rosas y bailarinas eran su objetivo para adornar sus tumbas, porque ya estaban adornando las tumbas donde descansarían ellas. Las bailarinas son esas pequeñas flores que en realidad reciben el nombre de paniculata. No sé si mi abuela no supo o no quiso aprender el verdadero nombre de las mismas, solo sé que la imagen de las diminutas florecinas blancas bailando en torno a los claveles es muy literaria. Y así las veía ella como pequeñas frágiles bailarinas sustentadas en el aire por invisibles hilos vegetales.
Iban unos días antes porque las flores disparaban sus precios. Y luego cargadas con su preciado tesoro acudían a honrar a sus muertos. Los padres de mi abuelo también entraban en el lote. Estaban y están, si no se han fugado, en una tumba preciosa cerca de la verja de la entrada principal del cementerio viejo de Oviedo. Estuvo el solo allí junto a su mujer María, ejerciendo su dominio sobre este territorio hasta que fue mi abuelo a acompañarlos. Dos hombres nacidos vascos pero asturianos de adopción que desde hace cinco años gozan de la compañía de una de las mujeres más teatrales que yo he conocido, mi abuela Elena.
Pero siguiendo con la tradición familiar, subían al cementerio, pertrechadas con los bártulos precisos en el autobús o caminando, limpiaban y pintaban la sepultura, colocaban las flores y se dirigían a la sepultura de mis otros bisabuelos muy cerca del pasillo central también en el cementerio viejo, a la altura de la iglesia. El bisa José que fuera guardia municipal en el Ayuntamiento de Oviedo y que murió con 57 años y la bisa Carmen. Ahora allí están ellos y cuatro de sus hijos (junto a una nuera, esposa y cuñada que no quisimos nadie, seguramente porque no hizo nada porque la quisiéramos). Todo este ritual se hacía días antes de las fechas señaladas. El día de los 1 de noviembre nunca se iba. No interesaba encontrarse allí con todo Oviedo, pero sí que el Oviedo amigo y familiar viera como relucían sus tumbas, como ellas en perpetuo luto habían acudido discretamente a cumplir con los suyos y no a presumir como hacían otros. Y es que esto de los Difuntos, en general, es de mucho lucimiento y poco sentimiento.
Esa tradición me ha tocado heredarla a mi, no sé si mi madre la seguiría poniendo en pie cada año de no estar yo o habría muerto como lo hacen tantas otras pequeñas tradiciones y costumbres familiares. A mí personalmente me gusta hacerlo. Esta semana subí al cementerio con mis flores. Visite a mis abuelos. "Güelita, te echo tanto en falta". Sí, yo era la loca que hablaba con su abuela mientras arreglaba la jardinera a los pies de la sepultura y le pedía que me echara un cable. "Güelita, mira a ver hoooo, que seguro que tienes mano". Rezaba con prisas un Padrenuestro y lloraba un poco quedamente. Y de allí a la de mis tías y sí, yo era la loca que sonreía mientras recordaba la puesta en escena dramática de mi abuela, que fue la más longeva, cuando iba a visitarlas. "Ayyyy, hermanines, qué sola me dejasteis" y es que a ese cuadro verdaderamente triste, mi abuela le imprimía tanto dramatismo que daba risa y ojo, que yo sé que su dolor era auténtico pero no por trágico es más dolor.

Como cada 1 de noviembre celebramos simbólicamente a los que nos faltan. Aunque a los que queremos y echamos en falta que en nuestro corazón los celebramos cada día, cada hora, cada instante. Los padres y madres, los abuelos y abuelas, los hermanos y hermanas, los hijos e hijas, casi todos robados de nuestro lado demasiado pronto, pues, en mi opinión siempre es pronto para que se vayan los de uno. Hoy (y estos días anteriores) los cementerios serán lugar de encuentro de vivos... y muertos. Pienso en el cementerio más bonito de Asturias, solano y humilde, con gente todavía enterrada en tierra. Pienso en la historia de los hombres y mujeres que allí descansan, en su pasado y en su presente, en aquellos que hoy les visitarán, en todos los que se acercan a una sepultura o a un nicho con el corazón encogido, haciendo un esfuerzo por contener tantos años después la emoción. Pienso que me gustan los cementerios por lo que implican y por la paz que me transmiten. Pienso en visitar a los míos que permanecen vivos en mi corazón, y en seguir manteniendo esta costumbre aunque también haya cosas en ella que cambiaría. Pienso en este noviembre que empieza soleado y casi primaveral sino fuera por los colores y pienso en el futuro que cada día está más cerca.

Razones para amar el otoño.


Cielos y nubes.
Cielos que se tiñen de mil tonalidades de gris, rosa y azul.
Combinaciones imposibles de trazos firmes, garabatos infantiles y suaves pinceladas que dibujan nubes de algodón.
Puzzles de piezas diminutas que convierten al cielo en espectáculo.
Una fotografía diferente a cada instante con la excepcional luz otoñal.
Frutos de temporada.
Setas.
Llagares y faroles de amagostar.
Sidra dulce y castañas asadas.
Manzanas dulces y ácidas que llenan tu cocina con el olor de casa de tu abuela.
Árboles y bosques.
Lluvia de hojas secas, renovación del vestuario de los árboles.
El olor a humedad del bosque.
El suelo cubierto por un tapiz de hojas cobres y rojas, doradas y amarillas. El ruido de nuestros pasos sobre él.
El sonido del cortejo de los animales que anuncia de que tras lo caduco volverá a surgir lo nuevo en primavera.
El aire les castañes.
Tiempo de muerte y vida
Cementerios grises llenos de puntos de color en recuerdo de los nuestros.
Cómo no voy a honrar a los muertos que me enseñaron a vivir?
Días cortos de un sol que, por momentos, aun calienta.
Encender la chimenea y crepitar del fuego.
Charlar.
Amaneceres de esperanza y esperanza en cada atardecer
Que con él hayas vuelto a mi vida.
Leer mientras espero.
Si hasta venir a trabajar en este escenario es una bendición.

jueves, 22 de octubre de 2015

La coartada perfecta de Padura.

A vueltas con los Premios me encontré en Oviedo con Padura, no sé si era su primera visita a la capital, porque confesó que descubrió la Salsa en un concierto de Rubén Blades en Gijón allá por los primeros 90 (¡qué cosas en ese concierto estuve yo!) y que tiene buenos amigos asturianos con los que intenta encontrarse cuando puede, o sea, que deduzco que viene por aquí de vez en cuando.
Me encontré en Oviedo con Padura, ese escritor cubano que ha permanecido en la isla donde nació y vive y que desde sus novelas tan bien ha reflejado el boicot político y económico que ha sufrido Cuba durante tantos años. El hambre que han sufrido los cubanos y que ha llevado a tantos a jugarse la vida en el océano y la represión también la que se hace desde dentro. Afortunadamente soplan nuevos vientos para Cuba. Ha tenido que hacerse viejo Castro, que vivir un presidente negro en la Casa Blanca y que un argentino fuera Papa para que, por fin, se abran las ventanas de la Vieja Cuba, pero esa es otra historia.
A vueltas con Padura, el martes en el Calatrava (fruto de la megalomanía de un alcalde muy rumboso que tuvimos en Oviedo y en mi opinón un despropósito arquitectónico, porque, vamos a ver, ¿no era bastante el antiguo Carlos Tartiere para el nuestro Oviedín?, aunque claro, mientras nos paseamos por las categorías más humildes del fútbol español, otra cosa no, pero el nuevo estadio metía miedo a las aficiones contrarias (ideas de éstas tuvo muchas nuestro alcalde favorito, según los resultados electorales, ainnnssssss)
Y ha venido Padura a recoger su Premio Princesa de Asturias. Sí, esos Premios tan criticados estos días por unos y otros. Y digo yo que nadie puede negar el valor de los mismos, lo siento, de esta postura no me voy a mover. Y digo yo que podemos criticar todas las cosas, que en nuestro derecho estamos, es más, en nuestro derecho y en nuestra obligación: la forma de Estado, el derroche de fondos públicos en ¿eventos privados? (esto no lo tengo muy claro, lo de que se trate de eventos privados, digo), el modelo y los brazos de Letizia, que la niña Leonor venga o no venga, que se celebren en el Teatro Campoamor o en otro sitio (aunque en mi opinión el sitio es ese porque por algo Oviedo es la capital de Asturias), podemos criticar hasta el criterio casi estrictamente mediático seguido en la concesión de alguno de los premios (léase los deportivos) y el valor (dudoso en algunos casos) de los premiados, incluso el nombre... Este es otro debate, pero sin Premios Princesa de Asturias, ni Carmen, ni yo, ni los alumnos de un instituto de Avilés nos habríamos encontrado con Padura (yo en el Calatrava, Carmen en la Librería Cervantes y los chavales asturianos en su mismo instituto) o quizás sí, igual nos lo hubiéramos cruzado y ni siquiera nos hubiéramos dado cuenta. 
Así el Padura del martes, cercano, emocionado y expresivo, se vació ante mil quinientas personas, lectores en su mayoría procedentes de un puñado de los miles de Clubes de Lectura existentes a lo largo y ancho de nuestra geografía. Confesó que solo le gusta hablar de política con sus amigos (como tiene que ser) y que le apasionan el beisbol, el cine y la literatura, no sé si en este orden o en otro, pero tengo la impresión que en esta historia se cumple aquello de que el orden de los sumandos no altera la suma. Y me gusto el escritor que enfrentó al auditorio, mayoritariamente femenino, con una sonrisa en su cara y lágrimas  en sus ojos; que arrancó los aplausos entregados de un público no en un estadio, pero igual de entusiasta; que explicó que le apasiona tanto el proceso de documentación como el proceso mismo de crear. Me cautivó la historia del niño que creció arropado por la Virgen  de la Caridad del Cobre y el perro de sus padres y con una pelota de béisbol en sus manos. Me enganchó el hombre que abandonó el periodismo que es mucho más aburrido que la literatura para dedicarse en exclusiva a ésta, su pasión. Y me entusiasmó la persona que contó la historia de sus perros, fallecidos de viejinos, Chorizo y la "rata" Natalia.
Hoy La Nueva España y El Comercio se hacen eco del encuentro que tuvo ayer miércoles con los alumnos de un instituto de Avilés, dichosos ellos, más que nada por la suerte de sentarse a conversar con un autor de este calibre y por que me quedo una duda de la charla del otro día. Dice Padura que empezó a escribir guiado por cierto espíritu de competición mamado de su afición por el béisbol. Un día se dijo a si mismo "si otros lo hacen por qué yo no" esta afirmación me dejo un poco descolocada. Vale, ok, si otros pueden, yo puedo, pero para mi escribir va más allá de competir con otros. Es un proceso interno, íntimo y personal el de la creación. Sinceramente me la trae al pairo lo que hagan otros, pero igual estoy equivocada y por eso Padura es flamante premio Princesa de Asturias. Me gustaría que lo hubiera aclarado un poco mejor pero se acabo el tiempo.
Tengo la sensación de que la tarde del martes se la debo a los Premios: a los Premios, a la Fundación que de un tiempo a esta parte está trabajando fuerte para acercar a los premiados al pueblo asturiano, a los ciudadanos no sólo de Oviedo,  por supuesto. Pero también se lo debo a la gente que trabaja por y para acercar la lectura a sus destinatario últimos, los lectores, auténticos consumidores de cultura, CULTURA, y que con su trabajo generoso contagian a los que tienen alrededor. Qué grandes sois bibliotecario@s! 

viernes, 16 de octubre de 2015

Cien kilómetros en el camino de la vida.


¿Cien kilómetros de camino son suficientes para poner luz en tu vida? ¿Cien kilómetros en alojamientos confortables y con un grupo en el que de alguna manera siempre te sientes acompañada? O mejor, nunca estás del todo sola ¿Qué son cien kilómetros? Cien kilómetros no son nada para los miles de ellos que hacemos a lo largo de un año de trabajo, a lo largo del camino de la vida.
Pasado el Ecuador de la semana a buen ritmo y con aparente despreocupación, llegó ayer el punto de inflexión duro, durísimo. A media mañana, los pies tremendamente doloridos. "por favor, qué me dén otros" Bienvenida al mundo ampolla, que por cierto, a veces, sangran. Y una mujer me dijo o mejor, me recordó que yo podía hacerlo y un hombre bueno (que malísimo es juzgar a las personas en la primera impresión) me dio una barrita de cereales con tanto amor que me puso las pilas y de repente, me di cuenta de que no son los pies los que te llevan, es otra cosa, es tu creencia firme y absoluta de que puedes hacerlo, de que puedes llegar.
A medida que ha ido avanzando la semana es como si tu mente se vaciará de cosas sin valor, para dejar espacios libres, huecos vacíos que rellenar de las cosas que son verdaderamente importantes. Es como resetear el ordenador y empezar de cero, manteniendo la información que realmente es imprescindible. Te das cuenta de que aquellas cosas que pensabas que iban a ocupar tu mente en estos días ni siquiera han aparecido. Y es que, al final, realmente sólo hay dos cosas básicas: la familia (la propia disfuncional a su manera como lo es cada familia) y los amigos (los de aquí y los de allí, a los que separan miles de km y los que están siempre junto a ti, los fieles y los que alguna vez te fallan, los viejos amigos y los nuevos) y dos capacidades a las que nunca renunciar: la capacidad de observar y sorprenderte con todas y cada una de las personas y las cosas que te pone la vida en el camino y la capacidad irrenunciable de aprender. Siempre en camino y siempre aprendiendo. Es la fórmula del éxito personal.

Cada vez queda menos para Santiago, mañana apenas cinco kilómetros. Tengo algunas cosas claras que me llevo de esta semana intensa en experiencia y en personas. Hay tantos caminos como peregrinos. Y cada uno lo hace con la mochila interior que, a menudo, pesa mucho más de la carga, poca o mucha, que llevas en tu espalda. Duelo y enfermedad, soledad y pena, amor y desamor, soberbia y aburrimiento. Me he dado cuenta de que yo apenas cargo nada. Y no lo digo sólo por la ventaja de hacer un camino en grupo organizado que te permite hacer un viaje ligero de equipaje. Algunos pensarán que mi camino tiene menos valor que el de los que cargan su mochila. No les voy a quitar razón, pero a mi lo que me pesa es este último tiempo de agobios y prisas. Vivo apresuradamente y quizás lo único que tengo que hacer es frenar este ritmo, aflojar el pie del acelerador. Me diréis que no necesitaba venirme a Galicia para descubrirlo. Sí, es cierto, pero uno no siempre encuentra el aire que le permite respirar en sus sitios comunes. Y yo no encuentro nada, últimamente ni tiempo para pensar siquiera. Pero quizás no necesito pensar y sí dejarme acunar por esta travesía benéfica en la que estoy embarcada. Y quizás no necesito buscar ninguna respuesta porque no hay preguntas.
Y no es que aquí hayamos tenido mucho tiempo para pensar, caes literalmente rendida en la cama. Al final después de caminar nuestras etapas (lights), te das cuenta de que lo único que debe preocuparte realmente es seguir, sin mirar atrás, y llegar. Llegar adónde sea, proponerte una meta, pequeña o grande, e ir a por ella con todas tus fuerzas, con todas tus ganas, con todos tus sentidos e incluso más allá. El problema ahora es encontrar mi meta, pero sin meta y todo, ahora estoy segura de que puedo conseguir todo lo que me proponga. Todo lo que sólo dependa de mi, lo que esté en mi mano. Tengo la fuerza para hacerlo y conseguirlo. 
¿Estás caminando? Me preguntaba Judi. Sí, lo hago cada día. Intento hacerlo con mi forma de ir y de entender la vida. Sin embargo a partir de ahora, caminar tendrá un significado diferente, no será sólo avanzar, será avanzar para conseguir algo.
He pensado estos días un poquito, sólo un poquito. 

sábado, 3 de octubre de 2015

Pan de escanda

Durante muchos años el pan fue el alimento básico e imprescindible de la dieta de muchos hogares. El “pan nuestro de cada día” o que “no nos falten el pan y la sal” son expresiones comunes no sólo de aquella época de “fame” y necesidad, sino que hoy mantienen plena actualidad. En Quirós no podemos hablar de gastronomía y tradición sin mencionar al “pan de escanda” un pan muy sabroso y apreciado, sobre todo, para aquellos que tuvimos la suerte de poder disfrutar del que hacían nuestras madres y abuelas. Es un pan oscuro, no especialmente tierno, que se conserva muy bien y que encierra en sí mismo parte de la historia y costumbres quirosanas.
En un momento en que muchos hogares han vuelto a interesarse por la fabricación artesana del pan, no está mal recordar un proceso, el de “hacer pan”, que nos retrotraerá a muchos de nosotros a aquellas mañanas de calor en pleno verano junto a la cocina de carbón mirando como “lleldaba” la masa, deseando que tu “güela” te dejará formar un “bollín” de cuernos o colocar un “huevín” cocido en medio de la bolla que llevarías de romería el día de Alba o el de San Roque. Era un tiempo larguísimo el que teníamos que esperar mientras se “arroxaba” el horno, se “enfornaba” y, por fin, se sacaba la “forná” Es en este momento, el de “qué forma más guapo”, “qué buen color”, “qué bien te salió esta vez” cuando las mujeres respiraban orgullosas y colocaban los panes en la masera a esperar que enfriaran, era el tiempo de descansar un rato o de seguir con las tareas cotidianas tras un día que había empezado muy temprano. Mientras tanto, los más pequeños sólo esperábamos poder comer un buen pedazo de aquel pan caliente y prohibido porque podía hacernos mal a la barriga, que había llenado de olor a pan todos y cada uno de los rincones de la casa.
Tres elementos son necesarios para que el milagro del pan de escanda se produzca: el cereal, los fornos y las mujeres.
La escanda es una variedad de trigo que se cultiva en estas zonas de montaña porque tiene una mayor resistencia a las condiciones del clima. Durante muchos años las tierras de pan eran incluso mucho más abundantes que las de maíz, el otro cereal fundamental en la época. Hoy, sin embargo, el cultivo de escanda en Quirós se encuentra reducido a pequeñas tierras que se siguen sembrando por costumbre y casi únicamente para el consumo familiar. Así quedan tierras de pan en Bermiego, Cortes, Toriezo, Faedo y Las Llanas. En la seronda, dicen que en Salcedo en Rechampo llegó a sembrarse escanda incluso en enero, empieza la siembra del cereal. Se siembra la “erga” (el grano de escanda antes de haberle quitado la cascarilla), se “salla” y se “arrianda”. Llegado el fin del verano, entre agosto y setiembre, se recoge la escanda. Es un trabajo muy laborioso para el que se necesita a toda la familia. Las espigas sólo pueden cogerse a mano, una a una, o como mucho con “unes mesories” (especie de tenazas de madera que sirven para arrancar las espigas de la planta) y te permiten, cuando aprendes a usarlas, coger varias espigas a la vez. A la tierra a “coller” pan hay que ir con manga larga para que las plantas de pan no te arañen. Recogido el pan se lleva al hórreo para que se sequé y de ahí, al rabil en dónde las espigas se chamuscan para quemar las aristas y se mallan para deshacerlas. Se introducen por la tolva y bajan a la piedra para quitar la cáscara del grano. La cáscara es muy ligera y para separarla del grano se ayudan con un ventilador. Ese deshecho es la llamada “poisa”. De manera que en el rabil es dónde sale la escanda separada, cayendo a una especie de cajón que recoge los  granos de escanda limpios. De el molín de pisar al molín de moler, que son cosas diferentes. En el primero se separa el grano de escanda de la cáscara y en el segundo la escanda se muele. Ambos son hidráulicos, es decir, empiezan a funcionar cuando el río trae agua para poder mover la maquinaria.
En la actualidad hay un rabil funcionando en el pueblo de Bermiego. Balbino Martínez ha rehabilitado y puesto en funcionamiento un molín de pisar que pertenece a Diego el de Proaza. Balbino habló con Diego y le comentó que podía ser interesante limpiar y echar a andar de nuevo el molín. Hoy este molín recibe escanda de Lena, Aller e incluso de la zona de Langreo, también de los pocos quirosanos que siguen teniéndola. Existe al menos otro rabil en Veiga, pero en la actualidad no está funcionando.
Pero el pan de escanda no sería tal sin los “fornos artesanos”. Fornos que desde siempre han estado integrados en nuestras construcciones tradicionales, de manera que muchas casas los conservan siendo fácilmente reconocibles. Desde afuera en las casas hay adosada una especie de construcción circular cuya boca o puerta habitualmente está en la cocina. Hoy mucha gente enforná en casas de sus antepasados en las que han conservado los fornos mientras que las casas modernas o reformadas o bien no los han incluido o simplemente los han quitado. Mientras la mujer realiza el proceso de amasar en una masera en la que se coloca mitad y mitad de harina de trigo y de harina de escanda, más o menos, dependiendo un poco del gusto de cada familia y para lo que se ha usado el “furmientu” (de la última masa fermentada, las mujeres retiran un pedazo que usarán para fermentar la nueva masa). Se prepara el forno mientras la masa llelda. Para ello se enciende utilizando distinto tipo de madera que puede ser de avellano, de fresno y de haya, ésta última es muy buena debido a su alto poder calorífico. Se trata de conseguir que los ladrillos estén en caldea, esto ocurre cuando el forno por dentro está blanco hasta la puerta. El horno ha alcanzado ya la temperatura ideal para cocer y no para quemar. Utilizamos aquí varias herramientas propias de esta tarea. El “serraorio” una vara larga con la que mover las brasas para ir repartiendo el fuego dentro del horno, eso se llama “sorrascar” y tradicionalmente hay que hacerlo al menos ocho veces. Una vez listo el horno y preparados para introducir los panes que hemos ido formando, se barre el horno con una escoba de sabugos o de boje que aportará aroma al pan. Le llega entonces el turno a la pala de enfornar, que es una pala de panadero con un mango muy largo sobre la que se pone de uno en uno cada pan que queremos ir colocando dentro del horno. Es un proceso que hay que realizar con cuidado porque los panes no pueden estar muy juntos para que no se peguen, ni tocando las paredes del forno para que no se quemen. Por ultimo, se usa la “cayá” que finaliza el proceso de colocar los panes dentro del forno y con la que los acercaremos a la puerta para sacarlos al finalizar la cocción. En algunos sitios debajo de cada pan, para que no se manche, se coloca una hoja de berza. Una oración y a esperar.

Miedra pan que la cama se t’esfai
Pan en el forno, Cristo sobre todo.
A San Isidro Labrador, a San Antonio Bendito
Nos defienda’l ganao y a nosotros de todo pecao
Amén, Jesús.

Por último, nada de esto sería posible sin las mujeres. Las mujeres quirosanas que se esmeraban y se esmeran tanto en esta labor ancestral de hacer pan. El pan con el que alimentar a sus familias y agasajar a sus invitados. Se levantaban muy pronto para poder llevar a cabo todos los pasos de esta liturgia y si todo salía bien, que casi siempre sale, se llevaban los parabienes y felicitaciones de toda la familia. Plegaban la ropa utilizada, la masa del pan se envuelve en mantas para que suba lo que tiene que subir, y recogían hasta la próxima “forná” que podía ser en dos o tres semanas, dependiendo de los panes que hubieran salido.
No es posible hacer pan de escanda sin la confluencia de escanda, forno, pues nunca se va a obtener el mismo resultado en un horno de gas o eléctrico, y mujeres que por creencia, tradición o costumbre rezaban para que todo se llevará a buen fin y bautizaban los panes antes de meterlos en el forno haciendo la señal de la cruz con un tenedor sobre ellos. Sea este un homenaje a cada una de ellas sin excepción.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Lo relativo de las cosas.

Carmina con sus sobrinos Marilena y Robertín. Campo San Francisco de Oviedo año 1950?

El diez de setiembre de 1985, sufrí la primera pérdida importante de mi vida. La tía de mi madre, mi tía Carmina, murió cuando nadie ni siquiera lo había previsto. Realmente nadie había valorado la posibilidad de que aquella cirugía aparentemente sin mayores consecuencias nos la arrancaría de cuajo. Antes de esto habíamos perdido a nuestros abuelos paternos y a otro tío de mi madre, tras una enfermedad larga y dura, pero no fue lo mismo. Primero porque cuando faltaron mis abuelos no fuimos conscientes, aunque recuerdo perfectamente a mi padre llorando como un niño por la muerte de su madre y segundo porque a los niños de entonces no nos hacían partícipes de la gravedad de  las cosas que pasaban en las casas, aunque recuerdo con claridad meridiana la enfermedad tremenda del tío Luis, lo durísimo que fue físicamente para él que era tan bueno que ni siquiera sabía quejarse preocupado como estaba por no dar más de hacer a la gente que le rodeaba y lo amargo que fue para sus hermanas afrontar el dolor de su hermanín querido y luego vivir sin él. Recuerdo también la impotencia de mi madre enfrentándose sola al diagnóstico que condenaba a muerte a aquel buen hombre. Ellos que siempre fueron una piña. Yo tenía ocho años. Aquella muerte vistió literalmente de luto a una familia que tuvo que poner la mejor cara (y lo hicieron) para apenas unas semanas después celebrar mi Primera Comunión.
Sin embargo, enfrentarte por primera vez a la muerte cuando se tienen quince años y estás en plena revolución, te hace crecer. A los quince años algunas cosas adoptan caracteres de tragedia y aquello supuso el primer gran drama del que en cierta forma fui protagonista. Y fue tragedia y drama para todos, por lo inesperado e injusto, por una probable mala praxis, por tantas cosas...
Carmina era la hermana mayor de mi abuela Elena, en realidad para nosotros era una abuela más. Soltera y la mayor de cinco hermanos había establecido un auténtico matriarcado en torno a ella en el que ejercía su soberanía mandando (porque mandar mandaba mucho a su manera) y viviendo, sobre todas las cosas, por sus sobrinos: primero, por mi madre y sus hermanos y luego, por nosotros. Yo siempre digo que uno se puede sentir querido de muchas maneras, a veces, son simplemente los gestos y los detalles, lo que sientes y la acogida... No recuerdo que mi tía nos dijera muchas veces lo que nos quería y, sin embargo, la calidez de sus abrazos, el amor con que nos cocinaba los platos que más nos gustaban, cada acto y cada poro de su piel nos lo decía y nos lo decía a gritos. A veces, no hacen falta las palabras, bastan las miradas. No recuerdo platos más sabrosos, ni tardes más divertidas haciendo collages de papel de revista con una especie de engrudo hecho con harina y agua que pegaba, vaya sin pegaba, en una pieza de madera que tienen los talleres de costura. Carmina no era mi abuela, pero ejercía de tal, sin real responsabilidad de una abuela, claro. Primero había ejercido de madre con sus sobrinos auténticos sin responsabilidad de madre. Yo creo, sin temor a equivocarme que mi madre tiene muchas más fotos con su tía que con su propia madre. La memoria de la infancia reside en los sentidos y la mía se quedó en aquella casa baja del Campo los Patos desde la que veíamos pasar a los vecinos mientras mis tías que eran pantaloneras cosían en la habitación principal. Aquella casa con cocina de carbón y sonido ambiente de maquina de coser, donde comí patatas fritas que nunca más he vuelto a comer y aprendí a hacer merengue y a requemar arroz con leche con el gancho de la cocina. Tardes de vecinas en torno a la obra que había que entregar, chocolate con churros, días de cine con bocadillos y coca colas en botellas de cristal. Dios mío, qué guapo y qué triste es dejar que fluyan así los recuerdos.
Bueno, que me pierdo, ayer Cris me decía que siendo recién casada se llevó un gran disgusto y su madre le dijo que aquello no era para disgustarse, que había cosas más importantes por las que preocuparse, efectivamente la vida se lo demostró poco tiempo después.
¿Adónde quiero ir con esto? a dos ideas: lo que vivimos nunca, NUNCA, es tan importante como parece en el momento. Si pones perspectiva y espacio, tiempo o simplemente analizando cosas y haciendo examen de conciencia, al final todo es relativo, nada es absoluto. Pero, por otro lado, NADIE tiene derecho a decirte cuán importantes son las cosas y cómo has de gestionar tus emociones. Lo dije ayer y lo repito hoy, con mis contradicciones, soy feliz de poder manifestar mis sentimientos en toda su extensión. Y, sinceramente creo, que la contención y la mesura sólo son justas compañeras en contadas ocasiones, por ejemplo, en un atraco.
La segunda idea es que cada uno lleva sus duelos como puede o como le enseñaron. Pienso muchas veces en mis abuelos ¿quiere decir que he pasado el duelo y estoy preparada para seguir? Creo que nunca se pasa del todo el dolor por los que nos faltan, la ausencia no se llena nunca, simplemente tenemos que seguir y punto. Nadie se muere, de mano, porque le falté una parte. Qué fácil sería morirse de pena. Yo me hubiera muerto entonces, hace treinta años, con quince... Y el mundo hubiera seguido sin más sin mi. Nuestras vidas sufrieron un naufragio. Nuestro grupo familiar perdió el Norte al menos hasta que pudimos recomponer el puzzle sin la pieza central que faltaba.
Bueno, pues eso, en esta vida todo es relativo y respecto a mi tía esta noche he soñado con ella, treinta años después, me llamaba desde una ventana en un edificio alto, yo le decía adiós con la mano señalándole que no podía pararme y ella me mandaba un beso. Igual este sueño quiere decirme algo.

martes, 15 de septiembre de 2015

Una araña, el Ratoncito Pérez y Rompesuelas.

He liberado una araña. El domingo, cuando llegué de Quirós, una enorme araña negra y peluda había hecho de las cortinas del salón su particular espacio habitable. Cuando la vi me pareció repelente, sin embargo no la aplasté, la cogí con un bote transparente y la cerré dentro. Vivió allí, en una especie de palacio de cristal, durante todo el lunes. Estaba prisionera, viva, pero atrapada. Ayer por la noche seguía viva. Me fui a la cama pensando que hacer con ella. Esta mañana la solté en el parque. Puede que muriese ahogada entre la lluvia o puede que no y siga aportando lo que sea que aporte al equilibrio universal. No tengo ni idea de cuánto tiempo de media vive una araña, tampoco me preocupa. Son asquerosamente feas y, en apariencia, no tienen ojos visibles para mi, de manera que no pueden mirarte mientras las pisas.
Mientras Tecla estuvo en el bote pensé en muchas cosas. Voy a empezar a creer que tengo tanta vida interior como aparenta lo que escribo. Pensé en las personas presas, viviendo vidas ajenas a ellos mismos. Tecla podía haber sido feliz en su nueva casa, pero no parecía justo que yo decidiese su destino, tampoco que yo me arrogase el derecho a decidir sobre su vida. Pensé en los que viven atrapados por las guerras, suyas propias o de otros, en la ausencia de libertad, en no poder circular libremente, en enfrentarte a una jauría de humanos que pretenden aniquilar tu libertad. Pensé también en el concepto absolutamente particular de la belleza. Qué pasaría si las arañas fuesen paradigma de belleza y no algo que aborreces. Algunas personas les tienen tanto asco que es superior a sus fuerzas.
Hombre, reconozco que las arañas no son el bicho más querido del reino animal, pero tienen su función y, por otro lado, son increíbles como ingenieras, fijaos en las exquisitas telas de arañas que tejen en telares invisibles. Habéis visto con que delicadeza estos delicados tapices casi transparentes acunan las gotas de rocío. Sí, sin duda, he hecho una buena acción.
Soy incapaz de matar una mosca, lo reconozco. El Ratoncito Pérez se ha instalado en mi casa y no soy capaz de colocarle una trampa. Lo escucho, trabajar y trabajar incansable cada noche, pero no puedo matarlo. Sólo espero que salga por donde entró. Decididamente  se ha equivocado de sitio, en mi casa no hay dientinos que recoger, tanto Lola como yo hemos perdido hace tiempo los dientes de leche. Nosotras hemos perdido ya casi todo.
Así que esta mañana he liberado una araña mientras en Tordesillas asesinaban un toro. Un toro de enormes ojos oscuros y mirada mansa, porque no creo que haya animal con mirada más limpia que los bonachones toros y vacas paciendo tranquilamente en las fincas y diciendo "a nosotros que nos dejen en paz". Sí, la sinrazón instalada entre nosotros. Señores, eso no es cultura, es una mierda. Es una tradición de mierda. Y eso que no soy especialmente extremista. Animalista lo justo, aunque es verdad que tu particular relación con los animales cambia cuando convives con uno. Quiero decir, no iría a ponerme entre los lanceros y el toro arriesgando mi vida. No estoy tan en contra de la caza como ¿debería estarlo? No entiendo al cazador más allá de su función estrictamente necesaria. No sé si hay algo placentero en matar a un animal en el bosque. Prefiero no saberlo. Como carne, aunque probablemente podría vivir sin comerla (bueno, no sé, me muerto por un bocadillo de jamón) pero no me entra en la cabeza que un numeroso grupo de exaltados humanos acribillen a lanzazos a un toro. Encima hay un concurso en juego y ¿qué premian? No quiero saberlo. Sólo espero que la mirada de los ojos oscuros del noble animal les persiga cada noche en sueños por toda la eternidad. Este país no tiene remedio, es cierto.

martes, 8 de septiembre de 2015

Crónica sentimental en rojo. Pasión por mi tierra.


Esperando a los ciclistas.
Hace unos años cuando la Vuelta subió por primera vez al vecino Angliru mi padre, mi hermano y yo subimos por Alba a conocerlo. Yo había estado una vez con el grupo de montaña de la Universidad de Oviedo, pero no recordaba nada, la verdad. Aquel día subía una especie de media maratón, o algo así, corriendo. Llegamos, vimos y volvimos. Recuerdo a mi padre decir algo como "Esto en Alba, sería espectacular" Idénticas palabras utilizó Selino, el padre de Claudia, cuando fue hasta allí "Madre, un final de etapa en Alba, sería tremendo". Sin embargo, ni uno ni otro probablemente creyeron que lo de ayer fuera a ocurrir nunca. "No lo verán mis ojos" pensaron Canor y Selino que, a fecha de hoy, ya son de los más viejos del lugar pero llegó y lo vieron. Mi padre no vino porque tenía que hacer en Oviedo y porque muy pragmático y conformista desde el principio dijo "Se ve mejor en la tele".
Papá, ¡lo de ayer había que haberlo visto en directo junto a Hugo!
El auténtico espectáculo fueron los miles de personas que entregados a un vilipendiado deporte, el del ciclismo, castigado vilmente con el doping con el que hombres malos han estrujado a los deportistas más ambiciosos o más inocentes, no lo tengo muy claro, llevaron en volandas a los ciclistas. Un deporte que tiene multitud de seguidores en el mundo, pero muchos, muchísimos en la cornisa cantábrica, gente que viaja con sus peñas detrás de los casi siempre pequeños héroes que se  juegan la vida en la carretera y a veces, tristemente en los laboratorios. Afortunadamente la cada vez mayor presencia de controles garantiza la integridad física de unos y la limpieza y la recuperación de credibilidad del deporte tan respetado y tan maltratado por momentos. Aplaudo esta vuelta al origen. Al ciclismo lo dignifican las personas, no sólo las estrellas, sino, sobre todo, cada uno de los sufridos miembros de los equipos, áquellos de los que casi nadie recuerda el nombre al finalizar las grandes Vueltas.
El público fue el auténtico protagonista, familias enteras con niños pequeños que fueron un goteo constante desde primeras horas de la mañana hasta convertirse en una tremenda riada de todos los colores, de todas las edades, todos con su mejor vestido, el de la sonrisa y el del esfuerzo de llegar a meta para disfrutar, caminando más de seis km la mayoría desde la carretera general AS-229 para participar de la fiesta.
Este fue el ambiente de la meta: amistad y compañerismo.

Fue un día especial. No sólo para los quirosanos, pero, sobre todo, para nosotros. No creo que haya habido uno solo quirosano  que no haya estado ayer en Alba, al menos de pensamiento. Y es que los quirosanos que somos muy nuestros y tenemos una idiosincracia muy particular, hemos conseguido dos hitos importantes en los últimos tiempos. La celebración del concierto de Celtas Cortos en 2012 y ahora la organización y el apoyo incondicional de este fin de etapa. Esto pone de manifiesto que trabajando juntos podemos sacar arriba lo que nos propongamos. Igual había que tatuárnoslo por alguna parte para no olvidarlo cuando, de repente, nos volvemos aceradamente críticos e incluso perversos. Quirós sólo es uno y el interés común también es sólo uno. No dejemos de trabajar por ello. Creamos en nuestro concejo y en nuestro potencial. Creamos en las personas y en el trabajo en equipo. No nos pongamos metas. Con la resaca de emociones del día de ayer, estoy convencida (ya lo estaba antes) de que juntos es posible.
Cuando a una la envenenan de niña con el amor a su sitio de pertenencia como lo ha hecho mi padre y como lo hicieron mis tías, sus hermanas; como lo hace el orbayu con la tierra de forma tranquila, serena y lenta, calando despacio benéficamente para llegar y habitar no sólo en los sentidos, sino en el alma donde se encuentra mi auténtica esencia de persona; cuando una ama de la manera que yo lo hago al mi Quirós; cuando una sabe perfectamente dónde quiere estar, con quién y porqué, los días como el de ayer son lo más y dan auténtico sentido a mi vida.
Ambientazo bajando de Alba una vez finalizada la etapa
 Hemos trabajado mucho, algunos más que otros, claro, aportando grandes o pequeñas cosas, granitos de arena o paletadas de ella, creyendo ciegamente que éste podía ser un día para nuestra historia. Mostrar nuestro paisaje era el objetivo. ¿Qué la producción de televisión podía haber sido mejor? Todo se puede mejorar está claro, pero Quirós dio su mejor cara, la que queríamos dar, la que deseábamos dar, la del sol y el verde, la del paisaje y su gente, la del deporte y la convivencia. Celebrémoslo hoy y evaluémoslo mañana. Disfrutemos de ello y esperemos muchos otros setiembres como éste. A mi sólo me faltó una sonrisa, pero me resarciré. ¡Espero!