Vistas de página en total

jueves, 25 de diciembre de 2014

Mañana también será Navidad

Mañana también será Navidad. Amanecerá y será Navidad. 
Será Navidad en los hospitales y en los centros de menores, en las cárceles y en los asilos de ancianos, en los albergues y en las casas de acogida, en los comedores sociales y en los campamentos de refugiados, en las viviendas tuteladas y en los barrios marginales, en las pateras y en los muros que nos avergüenzan.
Mañana también será Navidad. Avanzarán las horas. Dará el mediodía en el reloj de la Escandalera y seguirá siendo Navidad.
Será Navidad para los desahuciados y los inmigrantes, para los parados y las gentes sin hogar, para los esclavos y los abusados, para las mujeres maltratadas y para los niños abandonados y los soldados, para el hombre que duerme en el cajero con la única compañía de su perro. Para los que están ciegos porque no quieren ver. Para los que están sordos porque no quieren oír. Para los mudos a los que han silenciado su voz. Para aquellos a los que han arrebatado su inocencia. Para los padres y madres que han perdido a sus hijos, para los que no tienen consuelo ni esperanza, para los que están en el infierno y los que recorren un desierto. Será Navidad en Gaza y en Iraq, en Ucrania y en Lampedusa, al otro lado del Estrecho y a éste, al sur de la frontera y al norte de la misma.
Mañana también será Navidad. Nos sentaremos a comer y retornaremos lentamente a nuestra rutina y seguirá siendo Navidad.
Será Navidad para los matrimonios felices y para los que están en crisis, para los padres separados y para los que son solteros, para los padres y madres que luchan y crían a sus hijos solos, para todas las familias de cualquier condición y de cualquier clase. Para los que aman y para los que no saben hacerlo.
Mañana también será Navidad. Será Navidad para los pastores y para los más humildes del mundo, para los más pobres y los marginados.
Será Navidad para todos y cada uno de los ángeles que son Luz que iluminan, luz de esperanza, luz de presente y de futuro, para todos los que trabajan por construir un mundo más justo y en paz, para los que creen que de verdad otro mundo es posible.
Mañana también será Navidad. Anochecerá y será Navidad y así, un día tras otro, hasta que vuelva a ser 24 de diciembre y por un momento el mundo se pare para volver a creer en la magia.
 
Que la mirada de la Navidad, que la mirada de tu Navidad vaya más lejos del día de hoy y se extienda al resto de días del año. Que la solidaridad esté presente en tu horizonte cada día del año que estamos a punto de empezar


sábado, 20 de diciembre de 2014

Vísperas de Navidad

Voy a poner todo esto que sigue a continuación entre comillas porque es una reflexión personal a raíz de la lectura de una noticia en LNE, es decir, la noticia es tan reciente que los datos pueden variar todavía, seguramente lo harán.
"Ayer por la tarde leí de refilón que la policía había rescatado a unos niños de un piso de Pumarín en Oviedo. Se me pusieron los pelos como escarpias. Soy de Pumarín. He vivido treinta años allí. He crecido allí. He ido allí al colegio. Me bautizaron en la parroquia de San José. Vaya a dónde vaya y viva dónde viva, Pumarín es mi barrio. Y hoy cuando vi la foto en el periódico casi reconocí la terraza. En Benjamín Ortiz estuvo mi segunda casa durante mi infancia pues allí viven unos amigos muy queridos con los que compartimos tiempo, espacio y vivencias de pequeños.
Los que me conocéis sabéis lo especialmente sensible que soy al tema niños (soy sensible a más temas, pero los niños me duelen en el alma, seguramente por los que no he tenido) Anoche lo comentamos tomando un vino, pero quedo ahí. Mi amiga Susana que es maestra nos contó el protocolo que les dan a seguir en los colegios en caso de que un niño llegue sin dormir, mal aseado, con golpes o moretones,...etc.etc. pero ¡Ojo! tampoco podemos criminalizar a todo el mundo, sobre todo en tiempos de esta puta crisis (que yo sigo diciendo que la peor crisis que nos afecta es la de valores). Pues eso, no podemos controlar si todos desayunan en sus casas o si todos llevan la ropina limpia, porque a lo peor la única comida decente que hacen es la del comedor escolar o quizás la lavadora se estropeó y no hay dinero para arreglarla o simplemente el polo blanco que es gris de tantas lavaduras ya no da para más. Lo comentamos porque Marimar y yo tenemos sobrinos pequeños y porque Susana es madre y maestra. Lo comentamos porque estamos en el mundo, porque nos duele todo cuando vemos esto, porque ¿somos personas...? Eso queremos creer.
Y me levanto hoy, con la ilusión de prepararme un café estupendo que me regaló Chelo y me vengo a Facebook y leo la LNE, precisamente desde su muro. Y al leer los detalles, me quiero morir:
morir de pena por esos chiquillos (tres hermanos,TRES, de tres años, dieciocho meses y 20 días, 20 DÍAS puñeteros y miserables días de vida de mierda que ha tenido ese bebé);
morir de asco por esa madre que, se dedique a lo que se dedique, es desnaturalizada y no merece llamarse madre;
morir de angustia pensando en el sentir de esos críos solos desde no se sabe cuándo, sin comer, sin beber, cagaos y meaos, a punto de perder la cabeza sin saber qué pasa allí, sin llegar siquiera a alcanzar el grifo del bañal; 
morir de vergüenza por lo que somos, por lo que hacemos, por lo que nos hemos convertido; 
y morir de responsabilidad porque ¿nadie vio que allí vivían tres niños en situación de absoluto desamparo? ¿Nadie? ¿Ni los vecinos? ¿Ni los médicos? Coño, qué acaba de parir ¿ni el colegio? Coño, que el de tres años tiene que estar escolarizado. ¿Ni la familia de ella? Coño, que la güela tiene a un hermanín mayor. ¿Dónde coño estaban los de asuntos sociales? ¿De qué son culpables estos críos? ¿De qué coño son culpables los niños de este puto mundo de mierda? Nazcan dónde nazcan cada vez más absolutamente desprotegidos, impúdicamente expuestos a los focos de la prensa, cadáveres entre la maleza de las vías del tren, cuerpos desangrados en una escuela, acuchillados por su madre en Australia, abandonados a su suerte en un piso de Pumarín en Oviedo ¿Qué coño es esto? Tenemos un Nobel de La Paz que es una niña a la que quisieron matar por ir al colegio, una niña que tenía que estar aprendiendo, pensando en su primer beso, despertando al mundo, disfrutando de su infancia, coño JUGANDO y no dando conferencias.
Sí, muero de responsabilidad porque soy inmune a la injusticia, porque miró a otro lado y me digo "total, yo no puedo hacer nada" porque seguiré pensando en mis regalos de Reyes, en gastar lo que no tengo, en acumular cosas que no necesito, porque seguiré siendo insolidaria y no dando los abrazos que tanto necesitan y necesito, porque seguiré desde mi pecera de cristal viendo pasar la vida, rodeada de mis libros con Lola y el mundo, mientras yo no muevo un dedo, seguirá girando.
Mirad, en mi humilde opinión, esta sociedad no tiene futuro y no porque vayamos a agotar los recursos que tenemos, ni porque el aire sea irrespirable, ni porque nuestros gobernantes sean unos chorizos indecentes (qué sigan recortando en asuntos sociales, sanidad, enseñanza, qué sigan... Que llegará el tiempo que recortemos nosotros... Llegará y lo haremos en las urnas que es dónde tiene que ser) Esta sociedad no tiene futuro porque no nos preocupamos de los más importantes: nuestros niños y nuestros ancianos, nuestro futuro y nuestra memoria y así nos va, pero lo que es peor ASÍ NOS VA A IR."

domingo, 14 de diciembre de 2014

Una chaqueta roja con pompones.

Marilena (año 1943?)
La débil luz que anunciaba al invierno que se acercaba presuroso la despertó. La claridad se colaba por las rendijas del pequeño balcón de la habitación que compartía con su abuela María. El cristal se había empañado por la diferencia de temperatura entre el frío de la calle y el agradable calor que se había conservado en el interior de la casa. La cocina de carbón todavía mantenía algunas ascuas de la lumbre de la noche anterior. Su abuelo Luis se acostaba el último y se levantaba el primero para mantener vivo el fuego. No había casi nada de todo, pero no se escatimaba ni una sola piedra del poco carbón que tenían, ni una astilla, no fuera a ser que los niños pasaran frío. Pensó que a lo mejor había nevado y una sonrisa llenó su cara de niña enmarcada por rizos negros mientras sus ojos se decidían a abrirse definitivamente ante la promesa de la incierta nieve.
Podía ser. Era su tiempo, el de la nieve, quiero decir. Era 4 de diciembre, el día de Santa Bárbara, un día especial como todos los 4 de diciembre. ¿Qué hora sería? Pronto comenzarían a sonar los voladores que celebraban su cumpleaños. Ah, no. No era realmente su cumpleaños lo que celebraban aquellos ruidosos y numerosos voladores, los tiraban los obreros de la Fábrica de Armas para conmemorar a su patrona. De todas maneras, en su honor o no, se sentía afortunada. No conocía a nadie, por lo menos en su escuela, que celebrase su cumpleaños con voladores. Aquel sonido atronador que reflejaba la alegría de los trabajadores por su día libre era, sin duda, su mejor regalo. No había muchos excesos, estaban demasiado cerca de la Navidad. Si acaso unos calcetines nuevos que estrenaría para ir a Misa esa misma mañana a la Iglesia de Santa María la Real de la Corte. Después, su tía Carmina le preparaba un chocolate con churros para invitar a sus amigas, Loli y Ana Mari, a desayunar. Algunas veces Ana Mari traía para compartir las chocolatinas que su padre emigrante en Francia le enviaba.
¿Tendría alguna sorpresa especial este año? Unas zapatillas de suela gorda de goma de ésas que cuando saltas desde una banqueta parece que rebotas en el suelo serían también un buen regalo. No se quejaba de nada, ni por nada. Voladores y calcetines nuevos, chocolate con leche y churros formaban una fantástica combinación.
La Fábrica de Armas de Oviedo estaba situada fuera de la muralla medieval que delimitaba el embrión de la ciudad y lejos del moderno y creciente centro comercial, congregaba tras sus muros, ocupados en sus talleres, a un importante número de trabajadores entre militares, obreros y aprendices y extendía su influencia por toda la zona y sus alrededores. Aplaudían la llegada del 4 de diciembre, cómo para no hacerlo, cómo para no estar contentos: un día libre y una paguina extra, una Eucaristía y un desayuno de hermandad. Los aprendices formaban con disciplina casi militar en la plaza Feijoo para entrar en orden en la iglesia y asistir a Misa. Al desayuno posterior estaban invitados todos aquellos que eran alguien, o pretendían serlo, dentro del panorama local junto a las autoridades civiles y religiosas. Una vez hasta acudió el obispo y lo normal era ver al gobernador militar de la provincia compartiendo mesa y mantel junto al alcalde de la ciudad.
Los días anteriores, la pequeña talla policromada que representaba a la Santa abandonaba su lugar en el altar de la recogida capilla situada en los terrenos de la Fábrica y era solemnemente trasladada hasta al altar mayor de la Corte. Allí sobre un paño de terciopelo azul con los bordes rematados con hilos dorados descansaba al menos por una semana desplegando toda su belleza y luminosidad. Todo era muy teatral, con un fuerte barniz dramático. Las niñas más pequeñas que cada año leían en la escuela la historia de la Santa y su martirio, no dejaban de impresionarse y  subían por la calle de la Vega después de las clases para acercarse a admirar a aquella Santa tan guapa e irse luego a casa horrorizadas pensando que a aquella niña la había decapitado su propio padre para luego caer muerto fulminado por un rayo.
Marilena ponía todo su entusiasmo en celebrar aquel día, no sólo por su cumpleaños, sino porque además no había escuela. La maestra del Postigo que también estaba invitada al desayuno con los ingenieros, suspendía las clases y exhortaba a sus alumnas a asistir a la fiesta religiosa vestidas con sus humildes mejores galas. Al día siguiente comentarían lo que habían visto y vivido con todo el lujo de detalles que permiten observar los ojos de unas niñas pequeñas.
Las semanas previas eran un ir y venir de jovencitas preparando sus abrigos, las que los tenían, para poder acercarse a la iglesia y aparentar algo, lo que fuera. Las tías de Marilena, Carmina y Alicia, que eran pantaloneras se veían sujetas a un tremendo ajetreo. Arreglaban y planchaban los uniformes de casi todos los que iban a participar en tan gran acontecimiento y  pasaban las noches en vela dando la vuelta a los ajados abrigos, cambiando botones y composturas, remendando o reformando la ropa de muchas de aquellas jóvenes, casi niñas, que veían una oportunidad única para entablar amistad o quién sabe si algo más con alguno de aquellos apuestos militares destinados en la Fábrica o, si no, con alguno de aquellos jovencísimos aprendices con un futuro profesional especialmente prometedor aunque todavía lejano. Ellos, los aprendices, la mayoría hijos de campesinos de las aldeas cercanas a Oviedo, veían los grandes sacrificios que sus padres hacían para sacarles de la miseria del campo. Allí recibían formación académica y aprendían un oficio. Aquellos obreros y aprendices que llegaban a Oviedo cada día en tren con el almuerzo en una fiambrerina, le caían mal, muy mal, rompían el inmaculado manto blanco que formaba la nieve en el invierno con su caminar apresurado para llegar a sus puestos de trabajo en los distintos talleres antes que la sirena anunciará el inicio de la jornada laboral. A ella que lo que más le gustaba del invierno era la nieve y ver aquella plazoleta que separaba su casa de la de sus tíos llena a rebosar de nieve.
Se decidió por fin a abandonar el calor de la cama para asomarse a la ventana sin hacer ruido. Sí, había nevado. El manto blanco estaba sin tocar, no se veía ninguna pisada sobre él. Nadie lo había pisado, pero no tardarían en hacerlo. Le estropearían aquel paisaje limpio y puro que tanto le gustaba contemplar por mucho que la luz de la nieve la deslumbrará apenas un momento después de empezar a mirarla fijamente. Sin embargo, nadie podría estropearle su día de cumpleaños. Al final aquel 4 de diciembre sería distinto. Junto a unos calcetines nuevos su tía Alicia le había tejido una chaqueta de punto inglés con pompones, igualita que la de Conchita, la hija de la maestra.
Voladores y chocolate con churros, calcetines nuevos y una espectacular chaqueta roja con capucha y pompones para estrenar. ¿Se podía ser más feliz? Ella creía que no. De hecho, nunca fue tan feliz como en aquel su octavo cumpleaños.