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domingo, 2 de febrero de 2014

Ánimas del purgatorio

Viene del dentista. Baja para casa. Subió en autobús para volver andando, con la esperanza de que el frío despeje su cabeza y quizás con suerte se lleve alguno de sus pensamientos. Empieza a  llover a cántaros. A ella le gusta la lluvia, ver llover detrás de los cristales, protegida. Esa lluvia que cae constante, lenta o violenta, le da igual. Prefiere cuando cae con fuerza. El orbayu la aburre un poco, es como morirse cuando lo haces lentamente. Estos últimos días del mes de enero han sido un constante ir y venir de lluvia y viento. Arrecia el temporal, las gotas rebotan rabiosas en las aceras y en el asfalto. Apenas hay coches por la calle. Es extraño. Odia esa manía que tiene la gente de sacar el coche cuando llueve, colapsando todo. Cada vez llueve más fuerte. Tiene que buscar un lugar para guarecerse, no lleva paraguas. Piensa en la palabra asturiana que usaba su abuelo para protegerse de la lluvia y del mal tiempo: "abelugase" Le encanta, probablemente sea una de sus palabras favoritas. Entra en una iglesia. Podría hacerlo en un bar, en el "Cundo" por ejemplo, enfrente de Las Pelayas, pero no tiene ganas de que la miren, ni de que al camarero se le ocurra darle conversación. Opta por la iglesia, con un poco de suerte si están en Misa, nadie se fijará en ella. Entra en ésta  donde se casaron sus padres y antes sus abuelos. La atmósfera la invade y la relaja. Respira hondo. Hay paz al menos aquí. La lluvia sigue cayendo tan fuerte que se oye de fondo. Golpea el suelo de la plaza, azota las cristaleras de la Facultad de Psicología, maltrata al pobre Feijóo de pie a la intemperie. ¿Cuántas veces habrá estado en esta iglesia? Incontables, de pequeña la tía de su madre siempre dejaba una limosna para las ánimas del purgatorio y ella preguntaba "¿Quiénes son esas ánimas que no tienen nombre?" Tiene un recuerdo difuso de lo que le explicaban, pero la respuesta la convencía. Siempre ha estado rodeada de viejos: las tías de su madre y los tíos de su padre, sus abuelos y sus tías. Están todos muertos. Dios, cómo duele que no estén. Ahora los viejos que tiene más cerca son sus padres. No quiere pensarlo.
Y allí está, sentada y sola, rodeada de gente. Piensa en su próximo cumpleaños y sin saber como, viaja al pasado.
Tiene 14 años y está acabando el colegio. Su clase de 8º hace una visita a la fábrica de la Coca-Cola en Colloto. Sí, la misma que estos días sale en prensa porque la van a cerrar. No sabe por qué le viene a la memoria aquel día y aquel olor dulzón que impregnaba todo. Había un concurso de redacción, la monja que le daba Lengua la  escogió a ella para participar junto a otras tres niñas. Escribió un cuento. Lo publicaron en La Voz de Asturias. Sí, el mismo periódico que desapareció en el 2012 después de casi 90 años de información. Es imposible sacarse de la cabeza ni un instante esta crisis que nos afecta a todos, cada día más. Está en todas partes. Aquella niña quería ser maestra y quizás ¿escribir? No, quería ser maestra y enseñar. Ese mismo año, el primer día de clase en el instituto, un profesor dibujaba una línea en la pizarra para representar el hilo de la historia de la humanidad, nunca olvido aquella clase, ni al profesor.
Da un paso adelante. Tiene 24 años. Está en casa de una de sus alumnas. ¿Cuántas clases particulares ha dado? Miles. Miles de horas empleadas en los hijos de los demás. ¿Cuántas horas escondida en casas ajenas y en problemas ajenos, para huir de los propios? El teléfono interrumpe la clase. Es su madre, es extraño que la llame allí. "Hija" le dice una voz cálida al otro lado "te ha llamado Patri, la de Gijón, que ha salido la última nota de la carrera. Has aprobado" No recuerda nada de lo que sintió. Tampoco recuerda si era febrero o junio. Ni siquiera si fue Procesal de 5º o Mercantil de 4º. No sabe si fue una sensación de alegría, de alivio o de vacío. Seguramente sería esa angustia que se pone en la boca del estómago cuando no sabes cuál es el siguiente paso que vas a dar, cuándo desconoces que va a ser de tu vida en los próximos años, cuándo abandonas la incubadora cómoda y caliente de la Universidad para enfrentarte a lo que venga. Sabe lo que no quiere y es esa profesión para la que ha estudiado. Recuerda la poca luz que había en aquella habitación que daba a un patio interior. Era la misma luz que tenía aquella familia, apenas nada.
Avanza un poco más, ahora tiene 34. Intenta curarse. Le han roto el corazón, una vez más o una menos, nunca se sabe. Siente tanto dolor que no lo puede contar. Nadie la creería. Lo comparte con su alumna que se ha convertido casi en una hermana pequeña. Esta si será su última alumna. Se acabaron las clases para siempre. En relación a él cree que ha hecho algo mal. No lo sabe. Ha puesto todo de su parte para que aquella historia saliera adelante y, sin embargo, él se ha ido. No le volverá a ver. Más tarde sabrá que se ha casado. ¿Dónde quedó su miedo al compromiso? La vida misma, un devenir de entradas y salidas de personas, de gente que te quiere y deja de hacerlo. Recuerda aquella temporada como la más amarga de su vida. Y la soledad. Camina el tiempo y con él la vida.
Vuelve a la realidad. Sigue sentada en la iglesia dónde también ella soñó casarse un día. El año acaba de empezar y enero ya está fuera. Últimamente se siente rara. Algunas personas le han hecho replantearse cosas. Siente que está en un equilibrio inestable. Y peor aún, no sabe si está donde quiere estar. Hasta hoy si le hubieran preguntado se habría incluso atrevido a afirmar que estaba muy satisfecha con su vida. La vida le sonríe. Ha aprendido a aceptar lo que no tiene. No tiene pareja, de hecho ni siquiera está en la senda. Sonríe al recordar el día y la persona que acuño el término. No tiene hijos propios, tiene a los de ellas. En la vida todo es cuestión de óptica y de perspectiva. Un buen día, te despiertas y aparece alguien de tu pasado, que viene a darte un vuelco y pone a temblar los cimientos que creías firmes y asentados. "¿No has pensado que tu vida podría haber sido de otra manera?" Le preguntó su profesor cuando quedaron tanto tiempo después. Le suena como un "esperaba más de ti" Y peor, resuenan sus palabras como sí quienes las pronunciaran fuesen sus padres. Sus padres que la han dejado crecer cometiendo sus propios errores. Y ella piensa que quizás algunas decisiones no fueron las correctas o las más acertadas. Nunca se había parado a pensarlo. Ahora ya no cree que haya tiempo para enmendarlo o si. Le queda tiempo claro, pero ¿será suficiente? Y además, ¿por dónde empezar? Afirma no tener miedo a los cambios, sin embargo nunca cambia nada. Por no cambiar, el año pasado hasta eligió el mismo verde para pintar la habitación. Se siente igual que una atleta a la que una lesión aparto prematuramente de una carrera brillante. Sólo que en su caso no hubo ni deporte, ni lesión, sólo falta de coraje, desidia y cobardía. "¿Se puede ser feliz viviendo una vida a la que no estabas destinada? ¿Se puede ser feliz sin ni siquiera buscar lo que el destino tenía preparado para ti? ¿Dejándote arrastrar por la rutina, sin poner nada de tu parte para cambiar el rumbo de la travesía?" Se pregunta.
Amaina la tormenta. Sale, dejando en el aire las preguntas sin respuestas. Si camina rápido en apenas diez minutos llega a casa. El martes es su cumpleaños. Será un gran día, lo presiente. Siente que es feliz, porque así quiere sentirlo. Cumple 44 años.
Al irse aprisa no puede ver a la niña que queda dentro. Es ella misma con 6 ó 7 años preguntando otra vez, una vez más: "Tía, ¿por qué estas ánimas no tienen nombre?"

Bea la de Lola

3 comentarios:

  1. Queda preguntarle, si al final, el martes fue un gran dia .......... Felicitala de mi parte!

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    1. Creo que tuvo un día muy feliz, como casi todos, y que enlazo su fiesta de cumpleaños con la del instituto. Lástima que no estuvieran todos sus amigos, el destino nos juega malas pasadas. Gracias por interesarte y prometo contestar. Un beso

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  2. Hoy es mi cumpleaños. Cumplo 40 + 4. Ahora ya es imposible encontrar a alguien que me trate de tú, al menos de mano. Por ejemplo, ahora mismo escribiendo este texto en la Fnac, el camarero infinitamente más joven que yo. Vaya que me pierdo. Quiero decir que la entrada de ayer en el blog ha despertado muchas emociones, pero no es un texto pesimista. Tiene mi sello y los que me conocéis me veis reflejada en él. Era lo que pretendía está claro. Si no fuera yo misma, no sería mío. Pero no os confundáis sólo es una reflexión en 3ª persona. Podríamos ser cualquiera de nosotr@s, pero son mis circunstancias, mi historia, mis vivencias y mis anécdotas. Con esto sólo quiero deciros que estoy bien, que estoy feliz, que me siento querida, muy querida, que todos los que se asoman a esta ventanita habéis dejado algo en mi de lo que soy depositaria y que yo no sería como soy sino fuera por vosotros. Creo que soy generosa y buena como amiga, lo que me hace grande. Pero no soy humilde, lo que me hace pequeña y vulnerable. Malhumorada, mandona, un poco cínica y caprichosa, pero también sé reconocer los errores que cometo y pedir perdón. Vamos yo misma, también sé que me queréis como soy con mis defectos. Os agradezco tremendamente vuestra amistad y vuestro cariño. No entiendo la vida sin vosotros, me falta alguno, que mañana me felicitará desde una estrella, pero no me sobra nadie. Ojalá podamos celebrar muchas cosas juntos, muchas veces. Besos para todos, no dejéis de darlos. Prometo seguir siendo la misma y seguir metiéndome en los charcos que encuentre en el camino de la vida. Os quiere. Bea la de Lola

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